miércoles, 3 de diciembre de 2025

 

CERVANTES Y LOS AVELLANEDA



José César Álvarez presentó su libro CERVANTES VIVO

 El pasado día 15, nuestro colaborador José César Álvarez presentó, conforme anunciamos, su biografía “El alcalaíno que quería ser poeta CERVANTES VIVO” en el Salón de Tapices del Círculo de Contribuyentes. Ofrecemos dos fotografías del acto. Una vista general de su nutrida concurrencia y la mesa presidencial, formada, de izquierda a derecha por Carlos Alvar, Ricardo Sola, el autor y Rosalía de Santos, Jefa de Edición de Editorial Adarve.

 

      Ciento treinta años después de muerto Miguel de Cervantes, cuando su fama ardía al otro lado de los Pirineos, de Miguel, al margen de su obra, nada de nada se sabía. Ni tan siquiera se conocía su lugar de nacimiento, la punta de la cuerda de la que estirar del carrete de su vida. Pero, cuando desde fuera requerían el relato de su vida, aquí, por el contrario, se denostaba a Cervantes en pleno siglo XVIII.  Era aquel un siglo revisionista e insidioso, donde los autores del Renacimiento eran repudiados junto a sus seguidores. Cervantes murió sin ser comprendido en su patria hasta finales del XIX. Don Quijote y Sancho eran tenidos aquí por dos payasos simplones, sin llegar a captar la dimensión de su dialéctica idealista-realista.

     La cultura oficial en aquel entonces era totalmente anti-cervantista. El súper académico Agustín de Montiano, secretario de Estado y profesional de la cultura, dicho en el más estricto sentido dinerario, junto con el bibliotecario Blas Antonio Nasarre, proclamaron en su obra conjunta  la preminencia literaria del Segundo Tomo del Quijote que escribió Alonso Fernández de Avellaneda, nombre bajo el que se esconde todavía el usurpador de un patrimonio ajeno. Pero los líderes de la cultura oficial proclamaban como ejemplar a un delincuente, un tipo que, aunque sabía escribir, nunca supo seguir la Primera Parte de don Quijote, porque nunca supo entrar en don Quijote, al igual que sus engreídos líderes. 

     Sin embargo, en Londres, el humanista lord Carteret estimaba que el Quijote “era la más maravillosa obra de invención nunca escrita”, llevando a cabo una edición de lujo en inglés. Con  lupa hubo de buscar en España a un escritor de primera fila que encabezara su obra con una biografía de Cervantes, encontrando a otro amante de Cervantes, el valenciano Gregorio Mayáns, quien hubo de escribirla con los supuestos datos biográficos de la obra cervantina. 

     Entre Mayáns y el que suscribe, quien ha escrito la última biografía de Cervantes (“El alcalaíno que quería ser poeta CERVANTES VIVO”), presentada la semana pasada en Alcalá, media todo un movimiento de erudición llamado Cervantismo. De la nada noticiable de Mayáns (1736), hemos pasado a la ingente documentación cervantina de hoy. Cervantistas como Pérez Pastor, rodríguez Marín, Alonso Cortés, León Mainez, Astrana , Correas, Riquer, Sliwa, no nos permiten confundirnos con los cinco o seis Miguel de Cervantes que alguien dice que había, acusándonos de podernos cambiar de bulto. Pero los que cambian de bulto son los que le roban a Cervantes el españolísimo apellido Saavedra, diciendo que viene de un escafurcio arábigo. Como en la ficción el autor se puso aquello de Cide Amete Benengelli, pues en la realidad, hale, también. Así que, ya saben, Cervantes dio a su hija Isabel de apellido un mote moro. No, no nos engañan: Cervantes Saavedra era su primer apellido, legítimo y compuesto, muy extendido en la época y que no se puede demoler porque sí. Hoy es un calco del siglo XVIII donde pululan en la cultura oficial los avellanedas y los montianos, dispuestos a quebrar el cervantismo que avanza pese a ellos.

     Un verdadero amante de Cervantes, encontrado  hoy también con lupa, es el archivero y desbordante erudito Alfonso Dávila, con quien la ciudad y la cultura están en deuda por haber encontrado en el Archivo Histórico Nacional, en los libros de matrícula de la Universidad de Alcalá, la presencia de Micalis Ceruantes, el inconfundible alcalaíno inscrito en latín en los cursos 1566-67 y 1567-68. Es este un hallazgo indubitado, fehaciente, enorme e irrefutable, buscado por siglos, al que los avellanedas y montianos nunca podrán reventar. Las analogías nominales con el libro de Haedo son asombrosas. Mi libro, que vuela sobre el paisaje de la lengua española, lleva prendido el tesoro de Micalis Ceruantes.

José César Álvarez

Semanario Puerta de Madrid

24-10-2025

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