CERVANTES Y LOS
AVELLANEDA
El pasado día 15, nuestro colaborador José César Álvarez presentó, conforme anunciamos, su biografía “El alcalaíno que quería ser poeta CERVANTES VIVO” en el Salón de Tapices del Círculo de Contribuyentes. Ofrecemos dos fotografías del acto. Una vista general de su nutrida concurrencia y la mesa presidencial, formada, de izquierda a derecha por Carlos Alvar, Ricardo Sola, el autor y Rosalía de Santos, Jefa de Edición de Editorial Adarve.
Ciento treinta años después de muerto
Miguel de Cervantes, cuando su fama ardía al otro lado de los Pirineos, de
Miguel, al margen de su obra, nada de nada se sabía. Ni tan siquiera se conocía
su lugar de nacimiento, la punta de la cuerda de la que estirar del carrete de
su vida. Pero, cuando desde fuera requerían el relato de su vida, aquí, por el
contrario, se denostaba a Cervantes en pleno siglo XVIII. Era aquel un siglo revisionista e insidioso,
donde los autores del Renacimiento eran repudiados junto a sus seguidores.
Cervantes murió sin ser comprendido en su patria hasta finales del XIX. Don
Quijote y Sancho eran tenidos aquí por dos payasos simplones, sin llegar a
captar la dimensión de su dialéctica idealista-realista.
La cultura oficial en aquel entonces era
totalmente anti-cervantista. El súper académico Agustín de Montiano, secretario
de Estado y profesional de la cultura, dicho en el más estricto sentido
dinerario, junto con el bibliotecario Blas Antonio Nasarre, proclamaron en su
obra conjunta la preminencia literaria
del Segundo Tomo del Quijote que escribió Alonso Fernández de
Avellaneda, nombre bajo el que se esconde todavía el usurpador de un patrimonio
ajeno. Pero los líderes de la cultura oficial proclamaban como ejemplar a un
delincuente, un tipo que, aunque sabía escribir, nunca supo seguir la Primera
Parte de don Quijote, porque nunca supo entrar en don Quijote, al igual que sus
engreídos líderes.
Sin embargo, en Londres, el humanista lord
Carteret estimaba que el Quijote “era la más maravillosa obra de invención
nunca escrita”, llevando a cabo una edición de lujo en inglés. Con lupa hubo de buscar en España a un escritor
de primera fila que encabezara su obra con una biografía de Cervantes,
encontrando a otro amante de Cervantes, el valenciano Gregorio Mayáns, quien
hubo de escribirla con los supuestos datos biográficos de la obra cervantina.
Entre Mayáns y el que suscribe, quien ha
escrito la última biografía de Cervantes (“El alcalaíno que quería ser poeta
CERVANTES VIVO”), presentada la semana pasada en Alcalá, media todo un
movimiento de erudición llamado Cervantismo. De la nada noticiable de Mayáns
(1736), hemos pasado a la ingente documentación cervantina de hoy. Cervantistas
como Pérez Pastor, rodríguez Marín, Alonso Cortés, León Mainez, Astrana ,
Correas, Riquer, Sliwa, no nos permiten confundirnos con los cinco o seis
Miguel de Cervantes que alguien dice que había, acusándonos de podernos cambiar
de bulto. Pero los que cambian de bulto son los que le roban a Cervantes el
españolísimo apellido Saavedra, diciendo que viene de un escafurcio arábigo.
Como en la ficción el autor se puso aquello de Cide Amete Benengelli,
pues en la realidad, hale, también. Así que, ya saben, Cervantes dio a su hija
Isabel de apellido un mote moro. No, no nos engañan: Cervantes Saavedra era su
primer apellido, legítimo y compuesto, muy extendido en la época y que no se
puede demoler porque sí. Hoy es un calco del siglo XVIII donde pululan en la
cultura oficial los avellanedas y los montianos, dispuestos a quebrar el
cervantismo que avanza pese a ellos.
Un verdadero amante de Cervantes,
encontrado hoy también con lupa, es el
archivero y desbordante erudito Alfonso Dávila, con quien la ciudad y la
cultura están en deuda por haber encontrado en el Archivo Histórico Nacional,
en los libros de matrícula de la Universidad de Alcalá, la presencia de Micalis
Ceruantes, el inconfundible alcalaíno inscrito en latín en los cursos 1566-67 y
1567-68. Es este un hallazgo indubitado, fehaciente, enorme e irrefutable,
buscado por siglos, al que los avellanedas y montianos nunca podrán reventar.
Las analogías nominales con el libro de Haedo son asombrosas. Mi libro, que
vuela sobre el paisaje de la lengua española, lleva prendido el tesoro de
Micalis Ceruantes.
José César Álvarez
Semanario Puerta de Madrid
24-10-2025


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