jueves, 3 de mayo de 2018

La nueva escultura de la Catedral



La nueva escultura de la Catedral

     El nuevo conjunto escultórico del Cardenal Cisneros y los Santos Niños, ubicado en la lonja de la Catedral, ha recibido su baño de popularidad esta pasada Semana Santa. Llama la atención su reclamo en el acceso al templo. Dicha escultura gusta por lo general, hay que reconocerlo, pues goza de prestancia y de resolución. Pero hay opiniones para todo. Yo tengo también la mía y presento aquí tres objeciones al admirado monumento. Porque no creo que esté prohibido entrar en el reducto creativo del artista como si se tratara de un espacio inefable y reservado. Quiero decir que no estamos obligados a hacer chitón a lo que nos diga todo creador.



     A mí lo primero que me sugiere la contemplación del conjunto escultórico aludido es que se trata de un reajuntamiento impropio y de un monumental anacronismo. Así de simple. Entre los Santos Niños y el Cardenal media la friolera de doce siglos. Son, por lo tanto, figuras agrupadas ‘a fortiori’,  pertenecientes a dos distintas aventuras históricas, a dos páginas diferentes de la historia de la Iglesia y de la ciudad, donde el creador del templo y los santos advocantes posan conjuntamente en un alarde atrevido cuando menos. No hay alusión simbólica a los titulares del templo, sino igualdad figurativa, complicidad formal y linealidad presencial de todos sus miembros figurantes. Las alegorías o símbolos hay que expresarlos, porque aquí están tratados todos de igual a igual.



     Y no son iguales. Esta es la segunda de las objeciones. Los miembros de dicho conjunto escultórico no son iguales, pese a que estén tratados igual. Los Niños son santos y el Cardenal es un mandatario. La categoría eclesial de Justo y Pastor pertenece a la dimensión martiriológica y santoral. Pero los mártires de la Iglesia figuran aquí sorprendentemente rebajados a la condición de acólitos de un Príncipe de la Iglesia, como un capricho simpático y tolerante. Las imágenes de los Santos merecen veneración, cuando la del Cardenal merece admiración y homenaje. Y en ese homenaje se ha forzado la colaboración intrépida de los Santos Niños, cuya dualidad figurativa ha quedado interrumpida por vez primera.



     En tercer lugar he de decir que la colocación del conjunto escultórico no colabora con la frontalidad de la fachada del templo, al ser dispuesto al bies. Se incumple aquí el principio académico de que la escultura ha de ser sierva de la arquitectura. La nueva escultura es aquí, sin embargo, sierva de los siervos de la iglesia, de los fieles entrantes o salientes, a los que saluda cercanamente a su paso, con desprecio al transeúnte de la calle, el que quiere y sabe mirar la fachada de la Catedral en su conjunto. La escultura desobedece la dirección de la mirada de la puerta junto con sus ilustrados relieves y la de la ventana próxima, y se pone de lado, esquiva la dirección de la monumentalidad envolvente. Además, la escultura de bronce así apostada interrumpe el espacio aprovechable de la lonja en su natural recorrido.



     Y, sin embargo, me permito humildemente aportar una solución formal a las dos primeras objeciones planteadas. Si los Santos Niños fueran satinados o pintados de oro adquirirían su sentido y armonía. Ya no serían iguales con respecto al Cardenal, quedaría entonces patente su simbología, su distinción, su aureola, su lejanía y salto histórico. Todo se armonizaría así y se conjugaría. Ese creo que sería su cabal tratamiento. Pero no me hagan caso.  

    


José César Álvarez
Semanario 'Puerta de Madrid', 21.4.2018

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