domingo, 27 de mayo de 2018

Las formas "incorruptas" de las Bernardas



Las formas “incorruptas” de las Bernardas, una historia secreta y consumada


     Terminada la guerra civil, y desde 1939, la nueva Junta de Patrimonio iba depositando en la gran sala capitular de junto al coro bajo del Monasterio de las MM. Bernardas los vasos sagrados y objetos religiosos, originarios de los conventos y templos de Alcalá, hasta entonces en poder de la “Junta de Incautación y Salvamento del Tesoro Artístico” de la República.



     Refiere Josefa Muñoz, religiosa regresada a su monasterio, que ya en 1940 le había llamado la atención un copón estropeado y sin cruz de remate, al que en repetidas ocasiones quisieron abrir sin resultado. Al domingo siguiente vino un escolapio a reconocer sus objetos y le rogaron que lo abriera, lo que realizó con dos dedos sin obstáculo alguno, comprobando que estaba repleto de hostias.



     En aquellos años era Abad de la Magistral don José Utrera y confió el cuidado y entrega de aquellos objetos a dos jóvenes, Ángel Lozano y José Bueno, el sacristán, quienes también testimonian que les llamó la atención aquel copón que se resistía a abrir, y que cuando lo consiguieron, les sorprendió el buen estado de las formas hasta atreverse a consumir una cada uno, lo cual se lo dijeron a don Eustaquio, el responsable, quien dicen que no les regañó. Pero, ante la duda de si estaban consagradas o no, fue el capellán don Jesús Gordón quien decide depositar en el sagrario las 48 formas, que poco después pasarían del copón deficiente a una cajita redonda de hostias del celebrante.



    En los tiempos inmediatos en que fue Abad don Francisco Herrero, encarga a los jóvenes de la Acción Católica llevaran a cabo la catalogación de aquellos objetos restantes. Fue entonces cuando entró en contacto por primera vez el que habría de ser el valedor de las ‘Formas de  las Bernardas’, don Manuel Palero, entonces seminarista, quien, andando el tiempo, compartiría su labor en la parroquia de Santa María con la capellanía de las Bernardas.



     Don Manuel comprobaba estupefacto que el tiempo pasaba y aquellas formas seguían incólumes, cuando colocaba otras formas a su vera y amarilleaban y tomaban moho. Por lo que la fe de don Manuel crecía imparable. Y más cuando al dar un viático a un enfermo –al hijo del director de Correos don José Pérez Rojo–, quien había sido desahuciado clínicamente, le adjuntó una partícula de ‘las ‘formas bernardas’ a la hostia normal, y sanó contra todo pronóstico, conduciendo su coche por Madrid con normalidad. Don Manuel cree tener fundamentos para convencer a la jerarquía eclesiástica de que inicien el proceso milagroso de la “incorrupción milagrosa” de las santas formas de las Bernardas, pero ante los distintos obispos de Madrid-Alcalá sólo encuentra silencio. No son los años jesuíticos del P. Juárez y, quizás, nunca segundas partes fueron buenas. A don Manuel le llega el desánimo y piensa si él no será la persona adecuada, ya que tampoco consigue se acometan las obras de la iglesia del Monasterio.



     En 1964 cedió su capellanía a don Severino Domingo. El misterio de las ‘incorruptas’ formas será de tal secretismo que ni el nuevo capellán lo sabe, siendo así que don Severino – oh desgracia– imparte un día la comunión con las formas “incorruptas”. Y debió seguir sin saberlo después, porque ‘alguien’ pasó por el sagrario para amarrar bien la tapa de la cajita. La sorpresa fue, sin embargo, mayúscula cuando se apreció que quedaban veinticuatro hostias. ¡Eran 24! Justo como las gloriosas Formas Incorruptas desaparecidas en la Guerra Civil, por lo que se quiso ver la mano de la Providencia que las señalaba así como las sucesoras.



      Pero la acumulación de sus signos anunciaba su fin cuando en el año 2000 las escasas monjas bernardas dicen adiós a Alcalá. Entonces la madre abadesa hizo reparto de las hostias a su capricho. Concedió 10 a la comunidad hermana de las Claras, y el resto a los dos destinos de León: 10 al convento de San Miguel de Dueñas, donde recalaba la autora del reparto junto a otra monja, y dos y cachitos de otras dos a Gradefe, destino de cinco de ellas.



     Las monjas de la Orden cisterciense de San Bernardo trasladadas a León dejan en Alcalá como representantes de su causa a las monjas del Monasterio de Clarisas de Ntra Sra. de la Esperanza, quienes elevan sus pretensiones, y a cuya Madre Abadesa escribe el Obispo Complutense don Jesús Catalá en abril de 2007,  comunicándole la determinación de la Santa Sede  acerca de “unas supuestas formas consagradas”, a las que se les negaba el culto y convenía fueran consumidas, rogando su entrega al Obispado. Lo mismo habría de ocurrir en León. Ese fue el fin del fin. Habló Roma.   



     Ello no quita para reconocer que Manuel Palero, delicado pintor, es un titán forjado en el revés. Don Félix Pérez Establés, párroco de Santa María, le obligó a cubrir de pintura al temple sus propios frescos de la Capilla de las Santas Formas. Más recientemente le cubrieron los dos murales de los extremos del crucero de Santa María. Y el lienzo al óleo sobre madera que compuso para la capilla de la catedral en que antes estaba el sagrario –ángeles enardecidos, enarbolan la custodia de las Santas Formas–, hubo de comérselo enterito… Y ahí sigue.



       Hoy quiero glosar una homilía suya de la Pascua de Resurrección cuando van al sepulcro y dicen: “Se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Lo cual puede repetir literalmente el cura-titán mirando la capilla de la catedral donde puso sus ilusiones. O mirando el sagrario de las Bernardas sobre el que depositó sus anhelos. O mirando la fecha huera de la fiesta grande de las Formas Incorruptas a la que quiso restituir su gloria perdida.     

    

José César Álvarez
12.5.2018 Puerta de Madrid

Puerta de Madrid,12.5.2018



martes, 15 de mayo de 2018

Cuando Torrejón se nos mete



En la punta de la lengua

Cuando Torrejón se nos mete
    
     Ya se nos metió Torrejón cuando se ejecutó  su Base Aérea, también de Alcalá, y nos inutilizó el Camino Viejo a Ajalvir y dejó sin destino el viejo puente sobre el Torote, el de los arcos de traza singular y catalogada.
     

     Dos autobuses, dos, se posaban el domingo en la estación de la Avenida de América de Madrid, fuera, en superficie, ya a las 12.15 de la noche, cada uno de ellos exhibiendo en su testuz su destino: ALCALÁ DE HENARES y TORREJÓN. Pese a ello, y no se sabe por qué secreto interés, los torrejoneros, insistentes, preguntaban al conductor de Alcalá:  “¿Pasa por Torrejón?” “No” les replicaba, mientras el autobús hacía espera.

     Aquí se dice cuando se trata de fijar los límites de esta ciudad y las estrechas limitaciones de algunos alcalaínos que Alcalá va del Torote a la Venta de Meco y que de ahí no pasan. Y, sin embargo, pasan. Porque más allá del Torote, Alcalá tiene dentro de sus linderos el Soto de Espinillos, en un olvidado rincón de difícil acceso para los alcalaínos. Era vieja preocupación municipal que cuando Torrejón, en plena expansión, algún día construyera en su Soto del Henares, ‘se nos metería’ Torrejón sin poderlo evitar en nuestro pulmón de Espinillos. Y dicho vaticinio se ha consumado hace pocas fechas bajo la presencia y anuencia del alcalde de Alcalá.   

      El olvidado rincón alcalaíno, hoy propiedad de la Comunidad de Madrid, ha recibido por parte del antiguo alcalde torrejonero y consejero de Medio Ambiente de la Comunidad Pedro Rollán una importante repoblación de especies arbóreas, ayudado por muchachos torrejoneros ante la presencia de los alcaldes de las dos vecinas poblaciones. El caserío asaltado y hundido de Espinillos, que fue sede de la vieja colonia agropecuaria del último vino tinto de Alcalá, se hunde en la memoria destrozada de las regueras de su huerta ahogada, bajo el recuerdo de aquel prócer de bonhomía que fue don Enrique Allendesalazar y Gacitúa, a quien Torrejón le supo dar su calle de En medio y Alcalá no le supo dar la prometida calle Libreros, ante el peso de su tradición. En ese desolado ventorro del camino de Torres anduvo Don Enrique en su experimentación del ganado híbrido en medio también de los siglos XIX y XX.   

     Los dos autobuses de superficie siguen estacionados esperando viajeros. Los torrejoneros insisten sobre el bus de Alcalá: “¿Pasa por Torrejón?” “No” les replica el conductor.

     Pero los torrejoneros, taimados, no hacen caso al conductor y se arrebujan en los asientos de Alcalá. Se equivocaban como la paloma de Alberti. Creían que era como los autobuses que a partir de las
22.30 de todos los días van y no van a Torrejón. Porque, a partir de esa hora, dos autobuses dos, salen a la par de la Ada. de América. El de Alcalá pasa por Torrejón para recoger a los que van a Alcalá, “recoge pero no deja” “pasa pero no va”, pero los torrejoneros doblegan al conductor a su antojo.

     Son dos los autobuses posados, dos para resolver el viejo conflicto. No hace tantos años el autobús de vuelta a Alcalá atravesaba Torrejón y cumplía todas las paradas urbanas. Y es queContinental-Auto gestionaba también el transporte urbano de Torrejón, y el autobús de Alcalá se municipalizaba a su paso ante la desesperación de los alcalaínos. La mansedumbre de los trigales de la Casa Grande, que fue hacienda del Colegio Mayor de la Universidad cisneriana, se convertía en paraje abrupto a su paso.



       
     Y, sin embargo, Antonio de Solís tiene hoy día calle en Torrejón. Antonio de Solís y Rivadeneyra es un poeta y dramaturgo alcalaíno del Siglo de Oro, bautizado en la parroquia de San Pedro, quien no ha asomado la cabeza en su tierra por culpa de Cervantes. En la Universidad de su pueblo estudió cánones y fue cronista de Indias, autor de “La conquista de México”, documentada por los propios protagonistas y rescrita para buscar el estilo literario. Antes morir que perder el estilo. Gregorio Mayáns y Siscar reivindicaba a Solís en el siglo XVIII como modelo de escritura. Solís tiene a su nombre en Alcalá un irrisorio callejón tan quebrado como un cuatro, que entra y sale de Diego de Torres, de donde yo quise sacarlo para darle un colegio. Pero los socialistas de aquel tiempo me dijeron que sonaba a ministro de Franco. Un día fui al parque de Europa de Torrejón y descubrí su calle recta y larga como una avenida de clarividencias y de equidades. Que no todo en Torrejón han de ser obsesiones autobuseras.

     Porque los torrejoneros seguían insistiendo al conductor: “¿Pasa por Torrejón? Y la paciencia del conductor era proverbial: “No”, en tanto les señalaba el coche de delante. Como el conductor viera que algunas aves extrañas se habían posado en su jaula, fue el chofer, ya perdida la paciencia, y amenazó de esta guisa:

     —Algunos se van a enterar cuando se vean en Alcalá. Este coche es especial y va directo a Alcalá. No sé cómo tengo que decirlo”.

     Entonces, las extrañas aves torrejoneras abandonaban en silencio la jaula dirigiéndose al bus de Torrejón. Por fin salían al alimón los dos buses, los cuales paraban igualmente al llegar a Canillejas. Fue entonces cuando un muchacho de voz restallante, con el pie en el estribo de la puerta delantera irrumpía atronante de esta manera:

     —¿Pasa por Torrejón?

     Fue entonces cuando todo el autobús al unísono le contestó atronadoramente:

     —¡Nooooooo!

José César Álvarez
Semanario 'Puerta de Madrid', 12.5.2018
www.josecesaralvarez.org

martes, 27 de marzo de 2018

Los "cuatro-cincuentinos"



Los ‘cuatro-cincuentinos’


     La reciente conmemoración del 450º aniversario de la reversión de las reliquias de Justo y Pastor nos permite hacer algunas consideraciones sobre la oportunidad del número. Quien aquí escribe ha vivido en la historia local, además del 450º aniversario aludido, los del 450º aniversario de la muerte de la reina alcalaína Catalina de Aragón en 1986 y el 450º aniversario del nacimiento del alcalaíno Miguel de Cervantes en 1997. Y en estos dos últimos eventos el que aquí escribe participó activamente en sus fastos. Lo que adelanto para lo que ha de venir.



     El evento sobre Catalina de Aragón fue iniciativa del ayuntamiento de Peterborough, a donde pertenece la monumental abadía en que yace la reina aborrecida, y a cuyos actos asistimos por invitación inglesa dentro de la representación municipal de aquel momento, propiciando el hermanamiento entre ambas ciudades, hoy vigente y fecundo. Aquel acuerdo fue plasmado ante la oferta inglesa.



     En el evento cervantino que refiero, el que aquí escribe fue autor de una exposición itinerante y redactó y fijó los lugares para unas lápidas cervantinas en la almendra urbana de la ciudad  (Imagen, 1; jardín Casa de Cervantes; BP de la calle Libreros, hoy totalmente oculta; torre de Santa María; escultura a Astrana Marín; atrio de Trinitarios). Por cierto, algunas de estas placas están necesitadas desde hace tiempo de una mano de ‘sidol’ para hacerse legibles.



     Quiero decir con ello que las consideraciones críticas que desde aquí se sucedan no van contra nadie, son inocuas, porque el que aquí escribe, por meterse en farra, podría ser también destinatario de los posibles dardos. Y lo que vengo a decir con tanto prolegómeno lo digo al fin en pregunta retórica: ¿Acáso un numero, y un número de tan dudosa entidad como es el 450, justifica que se arme la que se arma? ¿No es el número 450 un quiero y no puedo, un cuarto y mitad, una pretensión redonda del que mira, algo así como aquel padre que quiere congraciarse a duras penas con la estampa de un hijo al que le falta un palmo?     



     Yo creo que los ‘cuatro-cincuentinos’ deben pasar por el gabinete del psicoanalista lo antes posible. Son gente descentrada, descolocada, desasosegada, que se mueve entre un 400 en que no eran y un 500 en que no serán. Sus celos, indomeñables, se dispararon por adelantado contra los que han de vivir plenamente los 500, no sea que en esos pagos futuribles ya no suene la flauta de su solfa. Y la consulta del psicoanalista se abre igual para los obispos que para los ‘councils tory” que para sus homólogos de aquel punto y hora, los concejales peperos de aquella iniciativa cervantina. Ellos, los quasi-redondos, los que creyeron ver en el calendario una efeméride que no tocaba, deberán lavar su alucinación en alguna parte. ¿O fue gente intuitiva?



     Porque esa es otra. ¿Estamos seguros de que en los años 500, los años redondos que siguen a los de nuestro descansillo de los 450,  persistirá esta devoción de celebrar las efemérides de nuestra historia? ¿Quién nos asegura que en los años redondos de 1036, 1047 y 1068 de los tres ‘450’ aquí referidos, no hayan cambiado nuestras costumbres y nuestras prioridades?  ¿Qué tendría de extraño que los podemitas futuribles que gobiernen a los ciudadanos y ciudadanas de este lugar no arrasen el santoral, castiguen la mirada a atrás y ridiculicen la devoción a los ancestros tal que el olor a alcanfor de los trajes del abuelo?



     Si eso fuera cuando fuese, entonces habrían triunfado plenamente los celos adelantados e inconformistas de los cuatro-cincuentinos, quienes, si no encontraron la justificación en la redondez de su número, la encontraron con seguridad en la traca que armaron y en los aromas intensos de la historia que revivieron. En el caso de que los aniversarios feos no provocaran, habría que inventarlos y buscar otros indicadores que inciten a recrear con regularidad la vida y los hitos ejemplares de su historia.    



José César Álvarez

Puerta de Madrid, 24.3.2018
www.josecesaralvarez.org

La desaparición



La desaparición



      La visita al parque O’Donnell es siempre una grata revolera de recuerdos, de encuentros y desencuentros. Te topas con viejos amigos que allí siguen de pie y notas el vacío de los que ya no están, Doblaron su cerviz y su espina dorsal aquellos altos pinos que abovedaron nuestra infancia. Otros son todavía reconocibles. Es la claudicación y la persistencia como pautas observables de la vida a través de este museo efímero y renovado.



     El oído, acostumbrado a la fina ornitología del pasado, lo encontré suplantado por la escandalosa plática de las cotorras, que avasallaban los árboles impunemente. Entre las novedades encontradas en la orilla  de su paseo aparecieron dos dignas pilastras de ladrillo que, a modo de ambón de lectura, ilustraban en distintos y estratégicos lugares del parque, al árbol correspondiente de CERVANTES y al árbol de CISNEROS, levantados como hitos con ocasión de sus dos centenarios recientes. Fue una bella idea que llevó a cabo el grupo “Complutenses amigos por el Parque O´Donnell”. Reproduzco aquí una de las leyendas.



     En  un lugar del parque O’Donnell plantamos este roble que llamamos CERVANTES para que recuerde el IV Centenario de la desaparición de nuestro paisano más ilustre. Noviembre de 2016. IV Centenario de Cervantes.   



     Permítanme sus autores posarme sin acritud como cotorra del parque sobre la palabra “desaparición”. La “desaparición” de Cervantes me daba vueltas y vueltas sin llegar a convencerme su expresión. Puede que incluso en un diccionario de sinónimos aparezca como variedad de ‘muerte’, pero también los sinónimos tienen su punto. Pienso que “desaparición” fue lo que hizo Cervantes poco después de nacer aquí. “Desaparición” fue lo que hizo el mago del espectáculo al que acudí el otro día: metió a una rubia despampanante en un cofre, lo atravesó con lanzas y espadas, abrieron y había ‘desaparecido’ la voluptuosa dama.       



     Una “desaparición” monumental fue la perpetrada contra el monumento al ‘Camino de la Lengua’, cuya figura estaba apostada en la plaza de San Diego, frente a la fachada de la Universidad, difusa y desprotegida entre jardines que no acompasaban con el ilustre símbolo, el cual señalaba que la lengua castellana que nacía balbuciente en San Millán de la Cogolla, después de atravesar la vieja Castilla, cumplía aquí su viaje para tornarse renacentista y barroca.



     Alguien que conozco tiene casi obsesión por el seguimiento y desenlace de este monumento ‘desaparecido’. Unos jóvenes bárbaros se apoyaron de tal manera en su pluma que perforaron su base y apareció caída y después deambulante por distintos puntos del casco histórico. Le dijeron que la pluma estaba guardada, pero le dijeron después que la pluma iba a ser otra y que junto con el pergamino también ‘desaparecido’ ocuparía en su conjunto la plaza de la Victoria. Después pudo saber que la intención era que integrara el museo al aire libre, donde se alinean piezas escultóricas desprovistas de la simbología especial que guarda esta pieza, la cual no puede diluirse en el común de las figurativas, ni menos ser reparada con ‘otra’ pluma, sino con la suya, la que le hace hermana de la de Valladolid y Salamanca, cuyas figuras simbólicas del Camino de la Lengua, ocupan allí lugares emblemáticos de la ciudad, como el que ocupaba en Alcalá y donde debe ser repuesta como motivo patrimonial indisoluble.      



     Larga y episcopal “desaparición” es la que sufre el báculo del Arzobispo Carrillo, con más tiempo ya desbaculado que armado. Desaparecieron ya hace tiempo los paracaidistas de su vera, a quienes se les adjudicaba su continua “desaparición”, de tal manera que a Santiago de Santiago, su escultor, según me dijo, se le acabaron sus reservas para atender a tan pertinaz atentado.                    



     “Desaparición” fue la que le propinaron los rateros al joyero del chalet de mi amigo José, y “desaparición” fue la que sufrieron las Santas Formas Incorruptas, las de la Magistral y las de Las Bernardas, como desaparecieron también las reliquias de San Félix de Alcalá. Y “desaparición”, remozada en befa y mofa, es la de Puigdemont, el comecome de nuestros días.



     Pero de lo que estoy seguro es de que Cervantes no “desapareció”, se murió de todas todas, sin ambages ni medias tintas. Lo que aclaro de antemano a los oportunos visitantes del parque O’Donnell.

  

     José César Álvarez



lunes, 5 de febrero de 2018

Romance al número 2500 de PUERTA DE MADRID



Romance al número 2500
de PUERTA DE MADRID

     Son dos mil quinientos números los que aquí cumple el PUERTA, y un número tan redondo es mojón que se celebra. Dos mil quinientas las puertas que se encontraron abiertas como lo es la de Madrid por donde a Alcalá se entra. Dos mil quinientas semanas, una a una, letra a letra, foto a foto, dato a dato, donde Alcalá se proyecta, donde se mira y remira revestida de sus prendas en su luna clara y plana ni cóncava ni convexa. Dos mil quinientas portadas, dos mil quinientas entregas, y a plata suenan sus números aunque es de oro su estela.



     Nació PUERTA DE MADRID como nacen los setenta, y nacieron inseguros de aventura y de carrera hasta forjarse espléndidos como se forjara el PUERTA sin mirarse en el ombligo, que de frente solo viera. Y en esa frontal mirada, sin saberlo, hoy detenta el ser la prensa local y provincial madrileña de más tendida zancada, de más larga persistencia, la decana de la crónica de las crónicas de cerca, el récord de vida útil de cíclica permanencia en los quioscos  que venden, en los quioscos que merman cuando merman los papeles por las redes que te asedian. Y el PUERTA ahí se mantiene contra viento y marea en el foco de interés de la ansiada convivencia, la que han de proteger los políticos que llegan, escondiéndose las manos por guardar la independencia.



     Es el PUERTA DE MADRID una revista señera de colores satinados que al mismo tiempo alterna con papel como pan blanco de miga que mira suelta, cada bocado un sabor, cada cantero una especia. Es el PUERTA DE MADRID un “¡Hola!” de fiesta, un lujo en la casa pobre de la crisis que bosteza, una lanza bien clavada donde el papel se clarea, donde la policromía a Alcalá la representa en alarde vigoroso de su semanal presencia.



     Es el PUERTA DE MADRID el testigo que conserva la corriente de este río con espumas que se encrespan, con angosturas que braman y meandros que sestean. La paciencia de su orilla le fue dando larga pesca: diez alcaldes, cuatro obispos y rectores de muceta, generales de galones y los jueces de puñetas. Y mil partidos políticos de las más lindas propuestas que integraron los ediles que coparon sus imprentas. Y fueron cuarenta y uno los visitantes poetas que el ‘Premio Miguel Cervantes’ en el Paraninfo aceptan. La retina de su cámara captó tipos pieza a pieza desde su orilla del río al que sirven y se entregan.



     Las visitas de los reyes triplicaron su cadencia, como se triplicaba el censo y el consumo de cerveza. Se triplican los colegios, las rotondas, las aceras, y se triplica de altura la torre de La Garena, mas triplican a la baja los quioscos de la prensa.         



     Nos morimos día a día en las líneas de la brega, en los renglones del alma que se escriben tecla a tecla. Nos morimos día a día en un desierto de ideas y se mueren los lectores de su boca tan sedienta. Todos morimos un poco, pero no se muere el PUERTA, que de roca es su semblante y su salud es de piedra.



José César Álvarez

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sábado, 13 de enero de 2018

Cisneros en Toledo y Alcalá



Cisneros en Toledo y Alcalá

     Me fui a la Ciudad Imperial a visitar la exposición que la catedral toledana alberga con motivo de la conmemoración del V Centenario de la muerte del Cardenal Cisneros, su egregio e histórico titular. Toda la ciudad de Toledo, consciente de la envergadura del personaje y del evento, propagaba la muestra catedralicia a través de los gallardetes malvas que colgaban de las farolas de la ciudad en procesión ordenada.

     Pero Francisco Ximénez de Cisneros sufre hoy el retiro mundano que él mismo se procuró en vida en el convento franciscano de La Salceda, de donde fue rescatado para la vida pública por el Cardenal Mendoza, su antecesor en la silla primada. Hubo de venir un estudioso francés, Joseph Pérez para recuperar el valor de la figura descomunal del gran estadista, envuelto en las sombras ignaras y anticlericales de sus compatriotas, incapaces de saber situarse en su contexto histórico.

     A Toledo, la capital de la Monarquía visigótica y capital Primada, le dieron lo que se merecía en las comunicaciones. Exhibe  una estación de tren desde principios del siglo XX que es una bombonera monumental, y más recientemente le dieron autopista y vía férrea en exclusiva, el AVE. Pero para el turismo popular, tanto el occidental como el oriental que hoy nos invade, el tema de una exposición cisneriana cae lejos del interés general, y hay que saberlo vender, reclamar y explicar. Toledo lo ha sabido hacer mediante la publicidad y la información, las visitas guiadas, y la recopilación de piezas únicas y originales de su exposición, entre las que figuraban las alcalaínas del porta-paz y el cáliz del cardenal haciendo binomio, además del arca de plata repujada de las Bernardas. Pero el ochenta por ciento del grueso de la exposición era propio.

     El Alcalá de la ‘Academia Complutensis’ cisneriana, que está presente en la narrativa toledana, como no podía ser de otro modo, expone también a Cisneros, como tampoco podía dejar de serlo, en el seno de la ventana central de su Colegio Mayor de San Ildefonso, el santo toledano al que la Virgen le entregó la casulla, y a cuyo pedestal milagroso introducen sus dedos pedigüeños los devotos toledanos.

    Y la comparativa con Toledo se impone. Alcalá tiene también lo que su gestión merece, y sufre una de las más pobres estaciones de RENFE de Cercanías, cuando puede que sea la de más usuarios. No es en modo alguno la estación que debe exigir una ‘Ciudad Patrimonio’. El turismo de aluvión que arrasa la ciudad de los bares de tapas y congestiona la calle Mayor, donde culebrea vigorosa la fila a la Casa de Cervantes, es debido a la proximidad de Madrid. Pero la exposición cisneriana no ha sabido ni ha querido encauzar el aluvión visitante, entresacar su gente, Nada, ningún reclamo, ningún anuncio. Ni tan siquiera alguna banderola en la propia sede de la exposición. Nada de nada. El mismo horario de la exposición –de 9 a 2 de lunes a jueves en días laborables– dice a las claras que es una exposición diseñada para jubilados de la manzana. La exposición, que, sin embargo, goza de hechuras profesionales, de ampliaciones luminosas y textos facsímiles de importancia, bien aderezados, exhibe un ritmo biográfico de lectura, cuyos textos de guía, blanco sobre negro, ofrecen por el contrario cuantiosas erratas mecanográficas.

     La Universidad de Alcalá y el Obispado mantienen en la actualidad una tan saludable relación institucional, que una exposición cisneriana conjunta hubiera sido incluso factible. Pero el Consejero de Cultura de la Comunidad de Madrid —según nos dijo el vicerrector responsable en su conferencia de la IEC—, había exigido el entendimiento de la Universidad de Alcalá y la Complutense de Madrid para que, hermanados, presentaran la exposición que merecía el V Centenario de Cisneros. Y nos presentaron las imágenes distendidas y novedosas de los dos rectores. El obispado de Alcalá no dudó en colaborar con Toledo, entregando sus objetos deslocalizados. Pero el socio de Alcalá, la Complutense, el socio distendido, el que guarda en Madrid “el tesoro de Alcalá” incautado en 1836, es decir, los incunables y la vasta producción de la imprenta cisneriana del renacimiento español, ha persistido en mantener las
sombras de sus sótanos, perdiéndose así la más alta ocasión del esclarecimiento de los originales. Y Alcalá, austera, se cubría de copias fusiladas para su exposición.

     Me decía Vanesa, mi excelente guía de Toledo, que a Cisneros le gustaba usar el imponente báculo ilustrado de Alonso Carrillo, allí en la exposición, soberbio ante el más hierático y espigado de Mendoza. ¡Quién lo iba a decir! Uno, por creer conocer sus caracteres los adjudicaría al revés. Uno nunca sabe. Lo único que sé, después de presenciar ambas exposiciones y su contexto, es que el Cardenal Cisneros, el de Alcalá, sigue vistiendo la burda estameña parda que se dio a sí mismo en La Salceda, donde permanece en su olvido retirado, lejos de los revestimientos talares de su condición meritísima. Anotamos la salvedad de la presencia generosa y reiterante del año cisneriano de PUERTA DE MADRID, aunque alcance el epíteto de ‘pelota’.  

José César Álvarez
www.josecesaralvarez.org
Puerta de Madrid, 30.12.2017                Dibujo: Ignacio Sánchez