martes, 27 de marzo de 2018

La desaparición



La desaparición



      La visita al parque O’Donnell es siempre una grata revolera de recuerdos, de encuentros y desencuentros. Te topas con viejos amigos que allí siguen de pie y notas el vacío de los que ya no están, Doblaron su cerviz y su espina dorsal aquellos altos pinos que abovedaron nuestra infancia. Otros son todavía reconocibles. Es la claudicación y la persistencia como pautas observables de la vida a través de este museo efímero y renovado.



     El oído, acostumbrado a la fina ornitología del pasado, lo encontré suplantado por la escandalosa plática de las cotorras, que avasallaban los árboles impunemente. Entre las novedades encontradas en la orilla  de su paseo aparecieron dos dignas pilastras de ladrillo que, a modo de ambón de lectura, ilustraban en distintos y estratégicos lugares del parque, al árbol correspondiente de CERVANTES y al árbol de CISNEROS, levantados como hitos con ocasión de sus dos centenarios recientes. Fue una bella idea que llevó a cabo el grupo “Complutenses amigos por el Parque O´Donnell”. Reproduzco aquí una de las leyendas.



     En  un lugar del parque O’Donnell plantamos este roble que llamamos CERVANTES para que recuerde el IV Centenario de la desaparición de nuestro paisano más ilustre. Noviembre de 2016. IV Centenario de Cervantes.   



     Permítanme sus autores posarme sin acritud como cotorra del parque sobre la palabra “desaparición”. La “desaparición” de Cervantes me daba vueltas y vueltas sin llegar a convencerme su expresión. Puede que incluso en un diccionario de sinónimos aparezca como variedad de ‘muerte’, pero también los sinónimos tienen su punto. Pienso que “desaparición” fue lo que hizo Cervantes poco después de nacer aquí. “Desaparición” fue lo que hizo el mago del espectáculo al que acudí el otro día: metió a una rubia despampanante en un cofre, lo atravesó con lanzas y espadas, abrieron y había ‘desaparecido’ la voluptuosa dama.       



     Una “desaparición” monumental fue la perpetrada contra el monumento al ‘Camino de la Lengua’, cuya figura estaba apostada en la plaza de San Diego, frente a la fachada de la Universidad, difusa y desprotegida entre jardines que no acompasaban con el ilustre símbolo, el cual señalaba que la lengua castellana que nacía balbuciente en San Millán de la Cogolla, después de atravesar la vieja Castilla, cumplía aquí su viaje para tornarse renacentista y barroca.



     Alguien que conozco tiene casi obsesión por el seguimiento y desenlace de este monumento ‘desaparecido’. Unos jóvenes bárbaros se apoyaron de tal manera en su pluma que perforaron su base y apareció caída y después deambulante por distintos puntos del casco histórico. Le dijeron que la pluma estaba guardada, pero le dijeron después que la pluma iba a ser otra y que junto con el pergamino también ‘desaparecido’ ocuparía en su conjunto la plaza de la Victoria. Después pudo saber que la intención era que integrara el museo al aire libre, donde se alinean piezas escultóricas desprovistas de la simbología especial que guarda esta pieza, la cual no puede diluirse en el común de las figurativas, ni menos ser reparada con ‘otra’ pluma, sino con la suya, la que le hace hermana de la de Valladolid y Salamanca, cuyas figuras simbólicas del Camino de la Lengua, ocupan allí lugares emblemáticos de la ciudad, como el que ocupaba en Alcalá y donde debe ser repuesta como motivo patrimonial indisoluble.      



     Larga y episcopal “desaparición” es la que sufre el báculo del Arzobispo Carrillo, con más tiempo ya desbaculado que armado. Desaparecieron ya hace tiempo los paracaidistas de su vera, a quienes se les adjudicaba su continua “desaparición”, de tal manera que a Santiago de Santiago, su escultor, según me dijo, se le acabaron sus reservas para atender a tan pertinaz atentado.                    



     “Desaparición” fue la que le propinaron los rateros al joyero del chalet de mi amigo José, y “desaparición” fue la que sufrieron las Santas Formas Incorruptas, las de la Magistral y las de Las Bernardas, como desaparecieron también las reliquias de San Félix de Alcalá. Y “desaparición”, remozada en befa y mofa, es la de Puigdemont, el comecome de nuestros días.



     Pero de lo que estoy seguro es de que Cervantes no “desapareció”, se murió de todas todas, sin ambages ni medias tintas. Lo que aclaro de antemano a los oportunos visitantes del parque O’Donnell.

  

     José César Álvarez



No hay comentarios:

Publicar un comentario