Julián es el fiel conserje del
barrio de Campanar de Valencia. Es el héroe de nuestros días, es el empleado
celoso que todos necesitamos, que va más allá de la letra pactada y que aporrea
nuestras puertas aletargadas antes de que las consuma el fuego. El fuego que
venía más voraz que nunca. El fuego de Valencia que es su símbolo y su fiesta,
se irritó contra la clase fallera como toro furioso contra su mayoral. Y
Julián, el alguacil de la plaza del fuego, abrió los burladeros inútiles a su
gente, a pesar de sentir detrás el peligro de los pitones astifinos.
Cuando el fuego de sus 138 pisos
y sus diez víctimas las siente bajo sus pies inútiles, todavía no repuesto, le
invitaron a Julián a dar el saque de honor del partido Valencia-Real Madrid, y
dio su patada y atronó Mestalla. No es el césped de un campo de fútbol el sitio
ambiental de Julián, cuyo puesto de trabajo nunca quiso perder por todo lo que
conlleva. A Julián no sólo se le han muerto diez vecinos, que sí, sino todos
ellos. Y dio su patada sin convicción.
Julián nos recuerda a nuestro
San Julián de Alcalá, que tiene calle, travesía y plaza de cipreses donde el
Archivo y Biblioteca municipal. Y al igual que Julián no es futbolista, nuestro
San Julián no es santo. Vivió nuestro San Julián de Alcalá, que es de
Medinaceli, en la época de Cervantes. Fue lego franciscano y limosnero, un
calco de San Diego de Alcalá, a cuyo convento perteneció también. Murió el
penitente fraile en 1606, y la capilla donde fue enterrado en su convento se
llamó de San Julián, aunque solo fue beato, y no lo fue hasta 1825, proclamado
por el papa León XII. El mismo Lope de Vega, que fue alumno de la Universidad
de Alcalá, escribió una obra teatral titulada Saber por no saber y la vida
de San Julián de Alcalá de Henares. A los santos los nombra el pueblo.
Con el mismo derecho, y por razones
de fuego, podemos hoy llamar a Julián de Valencia, San Julián del Campanar.
JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ
Semanario Puerta de
Madrid,
8,3.2024
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