martes, 4 de julio de 2017

La pirámide escasa

Estaba la plataforma preparada desde que se hizo la reforma de la plaza de Palacio. Lo tenían a huevo. Estaba allí el emplazamiento vacante, elegido desde hace años para lo que pudiera venir, sólo faltaba la ocasión. Y la ocasión llegó ni que pintada con motivo del Encuentro Interreligioso. Pero lo que llegó, señores, fue una pirámide que de sencilla resultó escasa, pobre, insulsa, casi miserable, y donde queda patente, aunque no lo fuera, el escaso entusiasmo suscitado.

La leyenda, el texto adosado, podría haber salvado a la «poca cosa». Pero que ni esas: no resulta la  leyenda muy entonada que digamos. Está a punto de salvarla ese estilo de cadencia imprecativa que tienen las preces del ofertorio, plasmado por socialistas: «que esta pirámide sirva de penmanente recuerdo...» Pero, sin embargo, la leyenda carece del sentido ecuménico, de la relevancia y repercusión que tuvo, de los nombres de algunos personajes representativos, de la asistencia de SS.MM. los Reyes al acto protocolario del Encuentro, no sé.. . quiero decir que ese texto vale igual para conmemorar una reunión que sobre el mismo género se hubiera desarrollado en una Asociación de Vecinos, pongo por ejemplo. Y desde luego no era este el caso. Hay monumentos, como éste, que requieren, pienso, un mayor alumbramiento escrito, un mayor formalismo.
El texto, puede que por obvio, no dice tampoco de qué tres religiones se trata. Porque el desavísado turista o viandante no tiene por qué suponerlo. Y lo que es peor: el texto no implica a Alcalá como crisol secular que fue de las tres religiones monoteístas.

Quizás tanta liviandad en los significados del evento sea una decantación silente que confirme esa otra teoría histórica que  señala que la convivencia ejemplar de las tres religiones es sólo un eufemismo progre, muy lejos de la torva y encrespada realidad, que llevó a los reyes, en distintos momentos, a decretar su exilio sin miramientos. Hoy, sin embargo, hay una historia ‘naïf’ de nueva mirada que edulcora broncas páginas de siempre, como el concepto de ‘reconquista’ que diluye con sutileza. En todo caso, si las tres religiones no convivieron, al menos vivieron simultáneamente un mismo tiempo en una misma nación. Y el evento es un propósito de futuro, que ha dejado escasa nervadura en la memoria que se ha querido fijar.

La nomenclatura simbólica se multiplicó más todavía en aquella zona de la ciudad: «el árbol de la fraternidad» y «los jardines de la Paz». AHÍ “ mismo, en los jardines de la Paz» están precisamente los pinos más atormentados que nadie haya visto. Se tuercen y se retuercen angustiados. Uno de ellos padece de cifosis aguda. Su corcova, como un crespón verdinegro, impide desde el monumento de la «poca cosa» presenciar el escudo morado del Arzobispo Infante Luis María de Borbón, que otros dicen de Fonseca, y que preside la fachada renacentista del Palacio Arzobispal. Ese pino corvado está pidiendo a gritos desde hace mucho tiempo que le ayuden a morir. Ese día, las tres religiones juntas no le quisieron oír, pese a estorbarles alevosamente. Descuida, amigo, yo te visitaré una noche de éstas para concederte la «paz» que sólo posees de nombre.

Cerca del «árbol de la fraternidad» está el «pico del Obispo», un malformado incisivo hecho muralla, que se clava en el
corazón de la calle Sandoval, cerca de «los Jardines de la Paz» y se traga la acera. Frente al «árbol de la fraternidad», el costado de la última casa soporta la saña redundante y vesánica de las pintadas más feroces. Llegaremos a llevarnos bien con todo el mundo menos con nosotros mismos.

 José César ALVAREZ
Puerta de Madrid, 17.12.1994

Nota de reposición.-El pino corcovado fue talado y sustituído por otro joven, después de que su copa tapara descaradamente durante largos años la vista de la fachada del Palacio Arzobispal.

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