Salpicón de notas con nata
Álvaro Colodro
Hace
poco estuve en Córdoba. En la historia de la ciudad sultana el
alcalaíno Alvaro Colodro es un mítico personaje. Aunque Ambrosio Morales
le cita como uno de los cinco soldados que en 1235 escalaron las
murallas de la Córdoba
musulmana, en la historia heroica de su liberación Colodro figura
inequivocamente como su primer asaltador. En el lugar de su escalada se
abrió una puerta a la muralla y allí se le recuerda, dando nombre a uno
de los lugares emblemáticos de la ciudad. “En el colodro –escribe un
pregonero de la Semana Santa
cordobesa– el pueblo se da cita para ver al Señor”. Álvaro Colodro era
un soldado almogávar, es decir, pertenecía a una clase de militares
profesionales, que, organizados, se trasladaban de un lugar a otro con
sus familias y pertrechos. Los almogávares, juntamente con los
templarios, ofrecían una sólida preparación militar. De ahí, que ambos
acometieran conjuntamente memorables empresas de la reconquista.
Pues
bien, yo había leído en algún sitio que Álvaro Colodro era un
alcalaino, oriundo de Cobeña, donde había nacido, pueblo situado a unos
14 kilómetros de Alcalá. Paseaba por Córdoba con mi “colodro” a cuestas
cuando me topé con la “Real Academia de Córdoba de Ciencias, de Bellas
Letras y de Nobles Artes”. Entré decidido. Accedí desde la calle
directamente a una sala noble y polivalente, que servía de sala de
Juntas, de sala de conferencias y de exposiciones. Pedí información a
una señorita. Tres caballeros hacían corro no lejos de mí. Los abordé
con arrojo.
–Pasaba
por aquí y no he podido por menos que entrar a saludarles. Soy colega
vuestro. Vengo desde las tierras de Álvaro Colodro a esta bella ciudad
de Lucano y Séneca, de Juan de Mena y Luis de Góngora...
Yo
hablaba dando tiempo a que prendiera la mecha de mi anunciado origen.
Después de un silencio, el más enjuto empezó a borbotar:
–Viene... usted... entonces... de la tierra de Cervantes.
–Exactamente
–le dije, al tiempo que arrumbaba su hombro de un palmetazo–. Nosotros
les enviamos a Álvaro Colodro y tres siglos después nos pagaron la
gracia enviándonos a Alcalá de Henares la estirpe cordobesa de la que
nació Cervantes. Son ustedes gentes muy cumplidoras. Así da gusto.
Ellos no tenían prisa, pero yo sí.
Sonrisas robadas
El pasado miércoles día 14 se inauguró el servicio de bicis municipales. Las hay de dos clases, de paseo y de montaña. Las primeras son más campechanas y culonas, con un soporte en el manillar. Las segundas son más juveniles y convencionales. Son bicis con un peligro evidente.
Fomentar el uso de la bicicleta en la ciudad es una bella idea. La bici es una sonrisa que atraviesa la ciudad. Queremos calles sonrientes. Pero hay un serio precedente en la Universidad de Alcalá. Sus sonrisas duraron siete días. Fueron sonrisas cautivadoramente cautivadas.
Sala de espera
Viernes dia 16, tarde. Hospital de Alcalá. Nada importante. El asiento de la sala de espera de urgencias es fondón, aburrido, aséptico, imprevisible de tiempo y de noticia. De repente me doy cuenta que toda aquella sala está ocupada por una sola familia, una amplia familia carpetovetónica. Las damas de la tercera edad se alinean al fondo. La juventud procreadora ocupa la isla central, en tanto la rapacería chilla y corretea por libre. La protagonista de la cita pasea su abultada gravidez. El del teléfono repite siempre lo mismo, “todavía nada de nada”. En las mesas de la isla asoman prietas unas bolsas de plástico.
El del teléfono ha invitado a una dama al botellón que esta noche vamos a hacer aquí.
He
tenido que cambiar de sala. Estos asientos son más cómodos y mullidos.
La fila de asientos inutiliza los ascensores. Es una antigua sala de
comunicación, ahora varada. Somos mitad y mitad. Sí, mitad de indígenas y
mitad de aborígenes. A aquella pareja del Este no le ha dado tiempo de
aprender un mínimo de español. La megafonía altera levemente los nombres
de los enfermos. No tiene importancia, porque nada altera aquí el
protagonismo de los enfermos. Aquí no hay divismo médico. Aquí se palpa
un entusiasmo que contagia y crece a toda la clase sanitaria muy por encima de sus estrictas funciones profesionales.
Martínez Heredia
Nada he visto sobre aquel acto. Me refiero al acto de presentación del libro Enrique Martínez Heredia, inteligencia y raza, de
Juan de Osés, un periodista catalán que está confeccionando una
biblioteca sobre la biografía de los grandes ciclistas españoles y que
no llegó al acto por culpa de un accidente. Por lo que yo fui el
presentador del libro por accidente. Me dijo Osés por teléfono, minutos
antes del acto, que dijera y no sé si dije, que a Heredia le habría
correspondido representar el engranaje entre la época anterior de Ocaña y
Fuente, y la época posterior de Delgado e Ynduráin. Pero la época de
los años setenta que le tocó correr a Heredia fue una década nefasta en
apoyos técnicos y de sponsor. Su palmarés le avala como un corredor completo: tres maillots
en el Tour del Porvenir del 74, Campeonato del Mundo militar, Campeón
de España, Vuelta a Cataluña, Vuelta a Asturias, 6 días de Madrid, etc. A
la hora de reverdecer los laureles de este alcalaíno de Huesa (Jaén),
se sumaron, además del alcalde y de la amplia representación municipal,
grandes nombres de nuestro ciclismo como Pedro Delgado y Julio Jiménez,
en la mesa, Mariano Díaz, Rogelio Hernández y la familia ciclista alcalaína.
José César álvarez
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