Salpicón de Notas con Nata
Boca y ano.
La plaza de San Diego, plaza de la Universidad, es sin duda el espacio insobornable de nuestra identidad y como tal debe ser tratado. Sin embargo, podemos ver cómo ciertas furgonetas centralizan en aquel lugar su punto de distribución. Copan su carrillo de botelleros y tiran para adelante con su trepidante carrillo de mano. Pero es peor todavía cuando una furgoneta ocupa el recinto sagrado de la lonja, tras las columnas encadenadas. Un señor enrolla allí una gruesa manguera y se va al bar, dejando el vehículo en el lugar privilegiado. Falta incluso la discrecionalidad. Alguien que tiene establecimiento en la zona me comenta que en cierta ocasión una televisión belga se vio en la triste circunstancia de filmar la fachada con una furgoneta de grandes letras en la lonja. No puede ser que una misma puerta sea la de acceso y la de servicios. No pueden entrar y salir por esa misma puerta cada una de las sillas y accesorios del reciente Festival de Clásicos con furgoneta de ida y vuelta para cada servicio específico.
La puerta renacentista del Colegio de San Ildefonso, de arco carpanel, configurada según la proporción áurea del número phi, no puede ser tratada a la vez como boca y ano. Lo cual digo aquí con el afán gráfico de hacer una crítica constructiva y nunca con el ánimo de ofender a sus dignos usuarios de toda condición.
Bien
es cierto que el edificio del Rectorado carece de traseras, pero goza
de costados por donde debieran habilitarse los servicios.
Garganta y Gargantúa
–¿Dónde vas, Garganta? –me dijo en la calle una voz conocida.
–¿Es a mí? –le contesté, no obstante.
–¡Pues claro! ¿A ti te parece bonito que salgas en el periódico criticando la placa que hay en la puerta de la Casa de la Entrevista,
porque es oscura y no sé cuantas cosas más, y lo hagas tú, precisamente
tú , que eres el autor de la placa más oscura que pueda existir?
—Soy autor de varias ¿a cuál te refieres? —le dije.
—¡A cuál va a ser! A la de la “garganta”, la que está en la torre de Santa María.
—Mira,
tío —le dije al menda—, en primer lugar yo no tengo conciencia de haber
criticado dicha placa, incluso la defendí, sólo hice de notario
ocasional de esa crítica. En cuanto al texto de la placa que dices, creo
saberlo de memoria. Dice: “Iglesia de Santa María la Mayor, roca de las aguas bautismales de Miguel de Cervantes, manantial de fabuloso río, garganta abierta y luminosa”. Es
un texto informativo y a la vez literario, en efecto. Yo creí que la
ocasión lo requería. Es un texto atravesado por una sucesión de palabras
como “roca, aguas, manantial, río, garganta” que pertenecen a una misma
familia semántica, lo que le confiere cierta unidad de significado.
Cuando se dice “garganta”, que tanto te preocupa, estoy aludiendo a la
vez a dos antecedentes, uno es la “iglesia”, término real, allí
presente, y otro es “Cervantes”, ausente. A la iglesia le digo que es
“abierta y luminosa” en su estado actual, que ha alejado sus antiguas
sombras, exalto su actual estado. Y al mismo tiempo exalto del ausente
su voz “abierta y luminosa”. ¿Es que no ves el paralelismo metáfórico,
la magia de la lengua literaria? Lo que pasa es que los escritores de
verdad se han jubilado y se ha perdido la finura por la metáfora. Hoy
todo o es historia, vale, o son historias.
—Si
yo no digo nada a todo eso —me dijo—, yo lo que digo es que ese texto
es de autor y debieras haberlo firmado, por lo menos con las iniciales.
—Ahí llevas razón. No lo firmé por modestia.
—Adiós, Garganta —insistió.
—Adiós Gargamtúa —me salió así.
José César Álvarez
Puerta de Madrid
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