Miramamolín
Que
no, que los años no son grandes bolsas en cuyo interior se guarden los
acontecimientos, que no. Que los años, con su número, no son
contenedores asépticos. Los números tienen alma, decían los pitagóricos,
y los números transmiten sus vibraciones propias. Que sí, que los
números que dan nombre a un año comunican sus reverberaciones. Sólo hay
que pegar el oído para escucharlas.
Es
el 12, año y número que acabamos de estrenar, el mediodía y la
medianoche. Lo cual pone en evidencia los equilibrios de todo tipo que
se han anunciado y quedan por anunciar para este año: los cuidados,
mesuras, equidades y balanzas para tratar de sacar adelante esta casa que han dejado arruinada los inquilinos anteriores.
Las
medidas adoptadas en tan crítico momento podrían ser lunáticas, por
aquello de que la luna da doce veces la vuelta a la tierra durante un
año. La tierra es la realidad firme sobre la cual la luna ejerce sus
influencias de mareas y entuertos. Pero la influencia numérica de la
Constitución de 1812, la Pepa, es un soplo regenerador de iniciativas y
libertades.
Los Apóstoles fueron doce, como
doce son los nuevos ministros de Rajoy, si sacamos a Santa María, que,
aunque no es virgen, es vicepresidenta mediadora y todopoderosa. Los
doce Apóstoles traen buenos presagios en estos momentos, fue un equipo
unido que conquistó el mundo. El equipo de ministros puede ser también
un equipo que trabaje con fe, que ande sobre las aguas, que asista a la
multiplicación de los panes y los peces, y donde no faltará un traidor,
claro está, de quien, aunque todavía por ver, ya afloran indicios. “¡Muy
bueno!”
Pero
el hecho grueso que tiene que influirnos sobre todos es la batalla de
las batallas, el 12 doble, el órdago a la grande de todos los pueblos
unidos de la España peninsular, la batalla de Las Navas de Tolosa, de
1212, que tuvo lugar en un sitio de Jaén contra los almohades. Allí
estuvimos todos, todos unidos contra el peligro de aquella hora, que se
llamaba Miramamolín. Allí estuvieron los vascos, a la cabeza Diego López
de Haro y sus hijos, a las órdenes del rey de Castilla, allí estuvieron
leoneses y portugueses, allí estuvo el rey de Aragón y el de Navarra.
Los almohades se
aferraban a unas cadenas fijas al suelo para no retroceder. Los
navarros rompieron sus cadenas y las llevaron a su escudo. Allí
estábamos todos e íbamos a por todas. Veníamos de la desastrosa batalla
de Alarcos y no se podía perder. Allí no había flancos que cedieran,
allí no estaban los amaiur, ni los bildus, ni los ezquerras, ni los
benegá, ni los nafarroa, ni demás tropa cedente. Desde allí los
valientes del doce doble jienense mandan su onda patriótica contra el
“miramamolín” económico de nuestros días de desempleo. Nuestro enemigo
debe seguir siendo Miramamolín, un objetivo común que concita
solidaridades.
El
12 es la docena. Y el adocenamiento es un peligro evidente, supone la
pérdida de la personalidad y de la responsabilidad individual que se
difumina sobre el trazo incierto de la crisis. Pero la docena se vuelve
positiva cuando vemos que los huevos se sirven por docenas. Habrá que
echarle muchos.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 14.1.2012
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