Me han preguntado qué significa ese garabato que pongo arriba presidiendo mi sección. Es la grafía de "miguel", tal como aparece originariamente en la partida de bautismo de Cervantes. Es una palabra final de línea, que lamentablemente ha sufrido erosión. Es el niño "miguel" perdido y hallado en el templo del cervantismo y que de allí he rescatado. Del "miguel" perdido no se han enterado ni sus propios guardianes. Es la grafía del Bachiller Serrano, el cura que le bautizó y extendió la fe bautismal. Es un grafismo del siglo XVI que no puede estar durmiendo tanto tiempo y que es icono y emblema de este viejo caserío. Es, pues, el niño Miguel, quien se asoma, chapoteante, desde un regazo de risas y llantos.
Ríe y llora Miguel al comprobar que este año ha venido a morirse un sábado de gloria. Ríe y llora Miguel al pasear su vista por el atestado acto del premio que lleva su nombre, por la literatura de cartón piedra de los protocolos y de los cuellos duros y almidonados, por la estampa regia de unas justas literarias a la constancia, por la cruda perspectiva del realismo de posguerra. La novelista homenajeada se llama Ana María Matute y ha estado siempre vinculada a un pueblecito de La Rioja, Mansilla de la Sierra, cuyas gentes, dice ella, tanto la influyeron, lugar vecino de Canales de la Sierra, el pueblo de mi amigo Inocencio de Simón, que en paz descanse. Ino me contaba que, de joven, su madre le prohibió se aproximara a la escritora durante los veranos.
–¿Por qué, madre? -le dijo.
Porque fuma y lleva pantalones -le contestó.
(Por cierto, no otra cosa dejó de hacer mi amigo que fumar e ir en pantalones)
Pero,
Ana María Matute, vetada por la señora Inocencia, madre de Inocencio,
fue votada al fin por el jurado del Premio Cervantes para que subiera
a la tribuna renacentista del Paraninfo, el juguete doméstico de
nuestros años mozos, con el que ahora juegan personas graves que vienen
de lejos, y a donde se ha encaramado con justicia la autora de "Los
soldados lloran de noche". Mientras, Inocencio, hecho estatua al otro
lado del Paraninfo, siguió, como hijo obediente, dando la espalda a Ana
María.
Ríe y llora Miguel cuando le mueven su cuna, cuando quieren que haya nacido en uno y otro sitio. El último de los lugares pretendientes ha sido Arganda del Rey, patria cierta de doña Leonor de Cortinas, madre de Cervantes. Habrá que entrar en las razones del libro, aparentemente contundente, de José Barrios Campos sobre el particular, pero de momento digo: ¿ Tu, quoque, flii mii? ¿Tú, también? Tú, generoso colega que me cita y me descita, tesonero buceador del Quijote de Avellaneda y de la primera estancia en Valladolid de los Cervantes. ¿Tú también, hijo de la Institución de Estudios Complutenses, tú también moviéndole la cuna al niño? Ya conocíamos eso de que doña Leonor parió en Arganda y que le bajaron a Alcalá a bautizar. Pero, dime, ¿qué hacemos entonces con la docena de documentos de Argel, que dicen ser natural de Alcalá, declarándolo ante notarios y escribanos de grado? ¿Qué hacemos? dime. Gracias, en todo caso, por dejar intacto mi garabato de cabecera, gracias.
Ríe, ríe el niño Miguel ahora, que le mueven la cuna.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 30.4.2011
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