¡Daniii!
En la esquina de mi calle, una gitana de atormentada cabellera, con la mano como visera, frente al sol y frente a los peatones que se le echaban de cara, sorteándolos, miraba en lontananza, escudriñaba a lo lejos, apartándose sus cabellos rebeldes con la otra mano y entreviendo a través de los cuerpos opacos que le impedían vislumbrar su objetivo. Con la mueca de una cara que afilaba su vista, la gitana, ajena a su entorno y a sus bellas facciones, que aún retenía, poniéndose de puntillas, gritó:
–¡Daniii!
Más
que un grito fue un desgarro. La gente se hacía la sueca, pasaba del
tema. Ni volver la cabeza ya que ello es gesto de mala educación. Uno no
sabe quién es Dani, ni quién es la que grita, ni qué relación hay entre
ambos. Podría ser la madre de Dani por los clarines vaginales de la “i”
final. Pero uno nunca sabe. No se puede crear una historia con un grito
aislado. La historia existe como existe el grito, Pero el grito debo
colocarlo donde corresponde en la historia que no tengo.
Seguí
mi camino llevando debajo del brazo un libro de poemas mío. Llevarlo
debajo del brazo no es lo mismo que llevarlo en la axila aunque sea lo
mismo. Un libro de poemas no puede trasladarse en las axilas. Como
quiera que sea es una pinza zoológica de transporte cómodo. Le llevé mi
libro de poemas bajo el brazo a un cura, creyendo que sería bien
aceptado por contener algunas piezas religiosas y patrimoniales del
lugar. Pero el cura, sin abrir el libro, un tanto displicente, me dijo:
–No son tiempos para la poesía.
Y fue esta respuesta la que me hizo pensar. Es cierto que la Iglesia
atraviesa momentos broncos como es la profanación de templos, la
persecución de los católicos en Irak, de los coptos en Egipto y en otros
puntos del África islamista, llegando hasta el martirio, y cuya noticia
sólo arranca el silencio de ciertos medios de comunicación, que
demuestran su odio a la Iglesia, negándoles el principio más elemental de la libertad religiosa.
Pero no menos cierto es que la Iglesia
es Poesía. El Génesis es poesía, el Cantar de los Cantares es poesía, y
los Salmos, y los Evangelios, y las Bienaventuranzas, y el Apocalipsis.
Y ese fino intelectual que es Benedicto XVI es un colosal poeta, que en
sus mejores páginas, alía la Teología con la poesía, y dentro de ese denso aroma poético aborda la trascendencia. Yo pienso que los mártires de la Iglesia son modelos ejemplares de poetas que dieron su vida por su lucero poético, insobornables para abdicar de su inspiración.
No,
no se trata de mi poesía, que puede ser estopa o yesca. Se trata de la
poesía en letras grandes. Los curas son poetas que dan testimonio y que,
al igual que la
gitana de la esquina de mi calle, deben mirar a su objetivo, no
perderlo de vista, a pesar de los astros cegadores, de los vientos en
contra y de la gente que les hace frente, a pesar de los cuerpos opacos y
de la indiferencia de la calle. Los poetas que ejercen no deben perder
de vista su Dani, su amor, su horizonte. Por eso, creo que el cura que ha dimitido de antemano de la poesía por causa de un entorno hosco, ha dimitido también de su propio ministeri
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 7.5.2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario