La cuesta de Enero y las cuestas de siempre
La
cuesta de Enero tiene muchos tantos por ciento de pendiente. A sus
rampas se agarran penosamente los que sufren la crisis que no cesa. Y
ahí también se tambalean los que no han salido todavía del empacho del
turrón y de la moña de las burbujas del cava. Cuesta recuperar el paso
de la normalidad. La cuesta de Enero nos trae el ejemplo de las imágenes
de nuestra geografía más inmediata. La legendaria cuesta del Zulema,
por ejemplo, o la cuesta de los Teatinos, al otro lado, suavona, o la
del Gurugú, la de la Vera Cruz, la de la ladera del Chorrillo, San
Ignacio, la de los puentes sobre la vía y bajo la vía. O las cuestas de
Los Santos de la Humosa, las de Torres –la ‘dura’ y la ‘blanda’–, la de
Valverde de Alcalá en sus dos vertientes, la de Paracuellos… Nuestro
entorno exhibe un variado muestrario de cuestas. Son las cuestas que nos
sacan del plano, de la monotonía, y nos exigen y apremian. Podemos
incluso entrar en el misterio de sus gibas. Ahí vamos.
La cuesta del Zulema
es el paradigma de las cuestas complutenses. Levantisca, engallada,
abrupta. Los ciclistas que lo fueron y lo quieren ser han de probar su
hosquedad. Allí toman la alternativa. El Zulema es monte adosado y
auxiliar del monte grande, San Juan del Viso, en cuya cima empezó todo.
La deliciosa leyenda del Zulema, de trama arábiga, está entreverada de
historia y fantasía.
Dicen
que Tárik, el moro que manda las tropas musulmanas que penetran en
España y que derrotan a don Rodrigo, exigió información sobre el
paradero de la joya hebraica de La Mesa del Rey Salomón. Pertenecía al
templo que dicho rey había levantado en Jerusalén. Era de oro maciza con
miles de piedras preciosas engastadas. Dicen que tenía tantas patas
como días el año. Era la mesa cabalística que compendiaba toda la sabiduría. Contenía la fórmula de la creación y el Nombre Verdadero de Dios, el Shem Semaforash, oculto
por Salomón en una fórmula jeroglífica de alfabeto sagrado. La palabra
sola de Dios contiene el impulso de la creación, que sólo a Dios
pertenece. Aquel
gran Tesoro fue enviado a Roma por Tito, destructor del templo, y será
después trofeo de guerra del rey godo Alarico en el saqueo de Roma,
acabando, después de largo periplo, en Toledo, la capital de la Hispania
de los godos.
La Mesa del Rey Salomón, que es Zulema en el habla árabe, se halla según la leyenda en la entraña del monte alcalaíno.
Cuando
los árabes logran entrar en España, tras la batalla de Guadalete, la
corte de Toledo, sabedora de la codicia sarracena, movió el sitio de su
Mesa, que estuvo en Medinaceli, y por fin encontró su mejor arca secreta
en una profunda cueva de arcilla sellada del
monte Zulema, que se llamó primero Gebel Tarac, lugar secreto arrancado
con oficio por Tárik a un cristiano importante. Hay un monte aquí que
llaman del Moro Encantado que es dicen, testigo ejemplar de quien
pretendió incursiones en tierras temerarias. Dicen que la Mesa sigue
intacta en el vientre oscuro del Zulema, cuya palabra viene de Salomón,
que es Suleyma en lengua mora, y es Zulema en nuestro habla. Dicen que
antes que la crisis nos devore a todos en este valle putrefacto,
habremos de volver a la cima del monte de poderes refulgentes.
La cuesta de los Teatinos es
un suave remonte que sube al Campo del Ángel, antes a extramuros, e
impensable paraje al que un día llegara tan rotunda la ciudad. La ermita
del Ángel Custodio, inquilino pionero del Campo, le dio nombre a
aquella predominante meseta. Recuerdo de aquel recalcitrante alcalaíno
que al no poder erradicar las humedades de los bajos de su casa
exclamaba: “¡Si ya lo decía mi padre: Alcalá la tenían que haber hecho
en el Campo del Ángel!”
Convento de Gilitos, cuya primitiva ermita del Santo Ángel
debió dar nombre al Campo del Ángel. Foto Canichu.
Por
allí se tomaba el camino de las Camarmas. Por allí venían las mujeres
descalzas de rostro velado que cumplían promesa al Cristo de Rivas. Por
allí pasaron los Franciscanos Descalzos de Gilitos, por allí pululaban
los frailes misioneros que llamaban Teatinos, y a los Jesuitas
andariegos del Colegio Máxijmo les sucedieron en los años cincuenta del
siglo pasado sus colegas de negro, cuando se construyeron un caserón
ladrillar que dominaba el terrado del Ángel como un galeón en alta mar. Y
llegaron los Pasionistas y ya no pasaron, se quedaron en la misma
cuesta de Teatinos, y a su vera pusieron escuela de escuelas.
Pero
uno no sube la cuesta si no abre la almendra de la palabra ‘teatinos’.
¿De dónde viene? Resulta que la Orden de Clérigos Regulares, que tuvo
Colegio universitario en el de Caracciolos fue fundada en Roma en pleno
Renacimiento italiano por un tal Cayetano. Pronto se agregó otro tal
Carafa, el cual había sido obispo de una provincia de los Abruzos, cuya
denominación latina y título episcopal tenía por referencia a Teate. De
donde los monjes fueron vulgarizados como Teatinos. Sobre todo cuando el
teatino Carafa fuen nombrado papa con el nombre de Paulo IV en 1555. El
teatino Carafa era un pre-papa, al igual que lo fue el jesuita
Bergoglio, el cual profesó en el ladrillar rojo. Como se ve, al Campo
del Ángel le rondan los papas que van a ser.
Y Juan de la Cuesta acometió en su imprenta de la cuesta de Atocha
de Madrid la impresión de los dos Quijotes, el del hidalgo y el del
caballero. Las primeras aprobaciones de la Segunda parte del Quijote
llevan fecha de quince de febrero de 1615. Lo que quiere decir que en
este año 14 de hace cuatrocientos años, el alcalaíno Cervantes está
acabando su obra y se le está muriendo Don Quijote, quien recobra la
razón al morir. Es, pues, el 14 un año de corduras, a tenor de este
insigne alcalaíno que conocía la leyenda del Moro Encantado de la cuesta
del Zulema, que refiere, el camino que desde Alcalá le llevaba a la
viña de su abuela Elvira en Arganda.
Y a mí se me muere el papel de mis cuestas.
José César Álvarez
www.josecesaralvarez.org
(Pies de de las ilustraciones de Javier Darío - http://www.javierdario.es/)
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