Esperanza, ibicenca y romana
Doña
Esperanza Aguirre, tras su dimisión, se ha refugiado en las playas y
mares de Ibiza, sobre el bosque submarino de la posidonia y ante el
paisaje verdiblanco de roquedas y prados, de pinos y algarrobos, de
sabinas y salinas, hasta que el otoño –suyo y nuestro– se ha posado
sobre el calendario con precisión exquisita. La Ibiza de nuestra Esperanza es la Ibiza
de nuestras esperanzas. Allí acabaremos recalando todos los que hemos
de llegar al hartazgo de este otoño caliente de ríadas de protesta
visceral, de asalto a las instituciones del Estado, de calles
simultáneas de ventisca insolente y de pataleta contumaz porque gobierna
la derecha y nada más. “Que gobiernen ellos” como ocurrió cuando ganó
la derecha y no la dejaron gobernar en esa tan idílica y ‘democrática’
República que nos quieren vender. “Que gobiernen ellos” y al menos la
calle perderá su disonancia. Que soy músico.
La expresidenta de la Comunidad
de Madrid, duquesa consorte de Murillo y Grande de España, vasca por
Aguirre y ligada a Cataluña por su Gil de Biedma, voló con sus amigas en
la clase turista de un vuelo de Ryanair. La clase se lleva, no se
adquiere en la taquilla. Ibiza, como Esperanza, está coronada por el
orgullo de una ciudadela inexpugnable, contra la que se estrellaron los
piratas de toda condición.
Puede
que el vuelo silente de Esperanza, su salto inesperado, se deba más a
‘los suyos’ que a ‘los otros’, con los que ha demostrado tener carrete
para rato. El dolor sufrido en la propia casa es más punzante y
silencioso. Recibir casi mil millones de euros menos en su presupuesto
respecto al ejercicio anterior, como nos informó PUERTA DE MADRID,
parecia un error, cuya no corrección se confirma como castigo y
discriminación autonómica. Y arrastrar las imprecisiones y balbuceos de
los suyos en momentos clamorosos –ella que es clara y precisa– le ha
tenido que provocar como un resorte su repentino vuelo ibicenco, a donde
terminaremos volando todos en desesperanzada huida por los unos y los
otros.
Creo
que Esperanza volverá a formar el nido de su alto vuelo de arrojos y
constancias. He escudriñado sus palabras de despedida, que me lo
confirman. En cierto momento dijo: “Voy a pasar el Rubicón”. Nadie puede
despedirse de su vida política diciendo que va a pasar el Rubicón.
Nadie cruza el Rubicón para irse a casa. Su significado es todo lo
contrario.
Las
palabras históricas de Julio César, aquí remedadas, las pronunció
cuando el genio militar romano había conquistado con gran éxito la Galia y su prestigio popular era máximo, por lo que se decidió a cruzar el río Rubicón para ir a Roma y hacerse con el poder de la República, que César conducirá al Imperio. El río Rubicón separaba la Italia de entonces de la Galia Cisalpina,
y cruzarlo era una traición para Roma, porque era un paso prohibido
para los gobernadores de las provincias romanas. Y Julio César, que era
también del Partido Popular, lo cruzó pronunciando aquello de “la suerte
está echada”. Con esta decisión, el genio romano se adelantaba a la
traición de muerte que su antiguo amigo Pompeyo le había tendido,
desconfiando de su imparable popularidad. Cuando César avanza con sus
legiones hacia Roma, Pompeyo acaba huyendo. Su prestigio tenía más
fuerza que sus lanzas vencedoras. Dicen que era tal su capacidad
oratoria que fascinaba secretamente hasta a sus enemigos.
Tengo
para mí que Esperanza, la que ascendió por todas las capas de la
administración como César, va hacia Roma, envuelta en la popularidad de
sus legiones romanas para luchar contra la cobardía y deslealtad de los
unos y los otros, los heduos, helvecios y suevos.
Es esta la Esperanza
cumplida que en dos legislaturas levantó diez hospitales, la que tiene
por obsesión el bilingüismo en las escuelas, la que ha puesto a la Comunidad
de Madrid a la cabeza de España superando en el PIB a Cataluña, la que
no ha traicionado nunca a sus votantes, la que en cada elección ha
ampliado sus votos, la odiada sin réplica creíble, la difamada
pertinazmente por el paso del AVE por la Guadalajara de la Valdeluz de Bono, la honesta irreprochable, la que soportó en su cara de la Puerta del Sol el insulto coreado del 15-M cuando se mascaba el final zapateril …
A
Esperanza se le quebró la voz en su despedida, la que no cedió nunca en
el debate de sus firmezas y convicciones. Si Esperanza se fuera, habría
que inventarla.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 29.9.2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario