A
los alcalaínos nos caen como brevas dos días de fiesta, dos días
feriados no dominicales, dos días estrella, dos días de luz propia: uno,
por alcalaínos; otro, por españoles. Aunque hay melómanos que piensan
que lo segundo, lo de ‘españoles’ no se debiera decir así, tan rotundo.
Son melomaníacos,
celtíberos desnortados, acomplejados, tíos con erisipela en las palabras. “Anda y que te ondulen con la permanén (te), y ‘pa’ suavizarte que te den con ‘crem’.
El día 9 de octubre, ‘san Cervantes’, y el 12, la Virgen
del Pilar, ambos este año en mitad del cauce de la semana, como dos
firmes peñascos, exentos, anclados en su curso y vadeando su caudal. Son
dos gloriosos mojones, próximos y distintos: la fiesta local y la
nacional, así, por el orden que corresponde. Son las tradiciones de aquí
y de allá que dan sentido a la corriente de nuestros días. Nos llegan,
pues, días de brillo y homenaje, haces de luces cortas y largas, la
nacencia y la nación, la linde y la frontera, el habla y la lengua… Son
dos días de orgullo chico y grande, aunque el chico no deje de ser
grande, y al grande le quieran hacer chico.
Los
sociólogos hablaban de los niveles de inserción social del hombre, que
funcionaban como círculos concéntricos. Primero, la familia; después,
éstos del municipio y la nación. En medio de estos dos, que ahora nos
toca celebrar, hay quien siente una conciencia regional o autonómica
intermedia. Los que tengan ‘alma madrileña’ que levanten la mano y pidan
su fiesta, a ver si el tránsito de la una a la otra les va a dar un
yuyu por su excesiva brusquedad. Que entre el plato local y el plato
nacional tomen una copa de sorbete de limón al cava, como en los
convites de postín, y así modularán sus glándulas gustativas.
Es
el nueve de octubre alcalaíno un tesoro manuscrito de américas
descubiertas, un grito oteador de larga travesía lanzado entre el bosque
de densa y
oscura grafía. Es el nueve de octubre alcalaíno el alumbramiento de su
archivo más ingenioso y loco. Por ahí arriba, rebotando por la cumbrera
de esta mi palpitante retícula, asomará la gaita como siempre un
garabato. Ese precisamente es el ‘miguel’ de la partida bautismal de
Cervantes, ese es el final de línea erosionado y aquí rescatado, esa es
la escritura sincrética del Bachiller Serrano que bautiza y extiende el
acta bautismal –“e yo que lo baptizé e firmé de mi nobre”–, es ese el
Miguel-niño de mis ‘risas y llantos’, mi santo y seña, mi logo, mi
hierro… Ese s el garabato festivo del día chico.
Y
el Cervantes nuestro y suyo –nuestro del día nueve, suyo del día doce–
se fue un día con don Quijote y Sancho a Barcelona (C. 61, 2), lugar a
donde hoy también van nuestros temores y sobresaltos. Subieron don
Quijote y Sancho, paso a paso, hasta descansar en el hombro derecho de
la querida anatomía de la Barcelona del mismo cuerpo. Es mejor descubrirles en su arrobo y tranquilidad:
“Tendieron
don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar hasta
entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más
que las lagunas de Ruidera que en La Mancha habían visto… El mar alegre, la tierra jocunda, el aire claro…”
Pero la apacibilidad y el grato trato de sus gentes, el colorido de su entorno y de su fiesta, tiene punzante contraste:
“...el
malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos, que son más malos que
el malo… se entraron por toda la gente, y alzando el uno la cola del
rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos
de aliagas… y dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra...”
Es
el mismo cara y cruz, el mismo contrapunto de rosas y espinas. Hoy es
Arturo ‘el Más Malo’ el que ha puesto aliagas de fuego en el culo de
todos los españoles y le divierten los escozores que encaja en nuestras
entrañas y en nuestro día grande de desasosiegos.
El día chico es Cervantes, y el día grande es también el Cervantes que cose España.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 6.10.2012
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