El pontífice Bartolo
En
principio, un pontífice es un constructor de puentes. Y este mes de
Agosto el pontífice Bartolo nos ha construido –reconstruido– un
puente de historia y de leyenda. Es el viejo puente del Zulema sobre el
Henares que mira a sus alturas terrosas. Ha sido un bello y
sorprendente puente de madera en superficie –de ahí que se le llame
pasarela–, anclado sobre los intactos machones que reconstruyera el
cardenal Tenorio en el siglo XIV, ahora remodelados.
Romanos,
visigodos, vándalos y alanos, árabes, franceses, liberales y
absolutistas… entraron y salieron por aquí a caballo de codicias y
ambiciones. Fue un puente de quita y pon, víctima del “no pasarán”, la
pérfida consigna de todo tiempo, por lo que sus piedras en tropel y su
ancha ruina sobre el agua le permitieron ser largo vado. Fue así como la
ciudad no tuvo una Puerta del Puente, sino una Puerta del Vado.
Pero de este puente, del que he escrito largamente, sólo me interesa hoy fijarme en las maneras de su pontonero artífice. No es sólo su reposición histórica y ambiental, como pieza principal de un parque, que podría ser prescindible en
estos momentos de aprieto, es también una pieza imprescindible de
seguridad ante la precaria peatonalidad del sempiterno puente contiguo,
cuya capacidad sigue inalterable desde hace 60 años. Es, pues, una pieza
de embeleso y de integridad física al mismo tiempo.
Ha de ser, además, nuestro pontífice terreno, vigía de los puentes de la ciudad que, tendidos sobre la A-2,
les han sido cortadas sus patas a causa de la reivindicación alcarreña
del tercer carril, que le va a costar tres ojos de la cara a las arcas
públicas.
Tiene
el pontonero Bartolo un horizonte de puentes en construcción, por lo
que su ejercicio pontonal puede darle la pericia que le va a hacer falta
en el otoño de crecidas que se vislumbra. Tendrá que tender puentes
ante la mayoría absoluta que se le ha esfumado, Será el puente de los
presupuestos y el puente de la deuda, entre otros. Y tiene a la vista la
construcción de un puente más sutil, tejido de paciencias, cuando la
democrática izquierda, disfrazada de indignado o de enseñante, rompa la
calle
que no ha sabido ganar en las urnas.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 17.9.2011
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