Votación en familia
Érase
una vez una familia de tres: padre, madre e hijo. El padre votaba al
PP, la madre al PSOE y el hijo a IU. La convivencia familiar no tenía
desperdicio, y, a veces, alcanzaba cotas tormentosas, pese a ser familia
reducida. Nunca habían ido a votar en familia. En esta ocasión lo
hacían porque el hijo tenía intereses.
–Lo
siento, pero esta vez no os escapáis –les decía Luisito a sus padres–,
tenéis que votar mi candidatura, porque voy yo en la lista. Mis padres
no pueden contradecir mis ilusiones, faltaría más.
Sus
padres le miraban con una sonrisa beatífica, enternecidos ante aquel
hijo tan idealista que se abría paso en la política. Pero, la verdad, ni
afirmaban ni desmentían las pretensiones del hijo. E incluso llegaron a
afirmarlo sin mucha convicción, lo cual venía preocupando a Luisito,
que se deshacía locuazmente.
A
media mañana estaban los tres juntos en la fila de su colegio
electoral. Los padres guardaban al menos las formas ante su hijo, ningún
voto municipal en sus manos, en tanto Luisito exhibía los tres sobres
blancos en una mano, retrasando su entrega. Luis padre mostró su
ansiedad.
–Venga ya –le dijo cogiéndole uno de los sobres, y, poco después se ausentaba precipitadamente – Guardadme el sitio, voy al baño.
–¡Papá! –gritó el político en ciernes.
–Es un segundo –dijo en la retirada.
Luisito se puso mohíno, amorugado. Luisa, la madre, leía en el corazón de sus dos hombres sin decir palabra
–Mamá, guárdame mis gafas en tu bolso –le dijo Luisito.
El
retorno de Luis a la fila y a la familia demostró que su micción fue
escasa. Votaron. Los padres esperaron al hijo en la puerta del Colegio,
según les dijo.
–Papá ¿me puedes decir donde están los aseos? interpelaba el candidato.
–Por allí –contestó vagamente.
–Pues
resulta que sólo hay aseos para los integrantes de las mesas ¿te
enteras? Tú me has dado el cambiazo, no has tenido valor para decírmelo y
me has engañado. No me esperéis a comer, que yo no como con fachas.
–Un
respeto, por favor –mediaba la madre–. Te estás pasando con tu padre.
Aunque sea como tú dices, que no lo creo, tu padre ya sabes como es, no
da su brazo a torcer fácilmente, ¿de qué te sorprendes?
–Mira,
mamá –le decía a la madre para que lo oyera el padre, allí callado, sin
querer bajar al ruedo– lo que más me fastidia de papá es que si yo
hubiera ido en la lista en un puesto de salida, él se hubiera partido el
cobre para ser el padre de un concejal de no importa qué siglas, y,
así, ponerse estupendo. Te lo digo yo.
–Ahí te equivocas, Luisito –le decía la madre sobre las risas indisimuladas del padre.
Por
la tarde, cuando los padres se apoltronaban ya ante la tele para ver
los resultados, vino Luisito a casa y pidió a su mamá las gafas
olvidadas en su bolso, lo que pronunció con la dulzura de quien agradece
su fidelidad matinal. Metió la madre la mano en el bolso, sacó las
gafas y enredadas entre las patillas, salió un sobre electoral que cayó
al suelo. Pugnaron por él denodadamente madre e hijo. Ganó el hijo en la
porfía. La madre, vencida , volvió a su lugar del sofá y, con la cabeza
entre las manos, esperó paciente la tremolina. El furibundo político,
vencedor de los suelos de su casa, la de sus padres, reconoció su
candidatura, el voto que había confiado a su madre, ahora engurruñado y
roto.
El
candidato, que se iba curtiendo en el fragor de los acontecimientos, no
pronunció palabra. Un portazo fue toda su respuesta. Luisito, hijo, de
Luis y de Luisa, se dirigió con sus gafas a colaborar en el recuento de
los votos, esperando encontrar otras fidelidades, más allá de las de sus
infieles padres.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 21.5.2011
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