Salpicón de notas con nata
Las puertas abiertas de la catedral
Hemos
salido de una de las fiestas que relucen más que el sol y yo me vuelvo a
la montonera de los días grises y corrientes, cuando paso por delante
de la fachada principal de la catedral y me ofrece el regazo de sus
puertas abiertas, y, tras ellas, la sabiduría de su umbría secular. Será que uno lleva grabada la imagen adusta de puertas de catedrales cerradas. Las puertas de la Catedral Magistral, –yo pongo primero lo gordo, como es práctica protocolaria– se
abrieron a las visitas turísticas del Centro de Interpretación, se
abrieron en los últimos tiempos a importantes conciertos, contando,
entre los más recientes, los correspondientes al Primer Festival de
Órgano “Ciudad de Alcalá de Henares”. Es decir, que las puertas del
primer templo complutense se han hecho más grandes, cabe el orante y
cabe el esteta.
En
ese esplendor catedralicio está metido el Ayuntamiento como no podía
ser de otro modo. El órgano Blancafort de nuestra catedral ha abierto
muchas posibilidades. En la semana pasada, por ejemplo, se han celebrado
los exámenes de fin de carrera de los alumnos del conservatorio de
Madrid. A uno le parece que el órgano va encontrando sus sonidos más
genuinos. Sus registros, como el buen vino en las barricas, va
asentándose. La trompeta real, las cornetas, los nasardos, los orlos y
los llenos van decantándose en la gran bodega gótica. Un órgano de alta
firma va a ocupar el alto escenario de la iglesia de Meco por gracia de
Esperanza Aguirre, la misma que remozó de arriba a abajo la catedral de
Getafe, convirtiendo en flamante catedral una buena parroquia. Pues
bien, con el órgano que se espera llegue también a Torrejón de Ardoz,
nuestra región va a convertirse en un centro organero de primer orden.
Pero
hoy sólo quiero quedarme con la imagen cálida de las puertas abiertas
de la catedral, los postigos que acceden al umbral de un templo
inacabado, que lenta y pacientemente quiere aproximarse al esplendor que
tuvo. La esperanza de los pueblos amigos es también nuestra esperanza.
Salvemos la Isla
El
Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha fallado al parecer a favor
de la denuncia interpuesta por los ecologistas en contra del Parque de la Isla
del Colegio. Los jueces fallaron y la ciudad parece que ha quedado
acongojada, como sumida en un silencio sepulcral. En un Estado de
Derecho hay que acatar las sentencias judiciales, y, al mismo tiempo,
poder discrepar con todo respeto de la hipersensibilidad naturalista de
los jueces.
“Salvemos la isla del Colegio” era una pancarta, era un grito de los ecologistas que se oponían al proyecto de la Isla. Yo estaba de acuerdo con el texto de aquella pancarta y hoy quiero renovar aquel grito. Salvemos la Isla del Colegio, decíamos ayer, de su terronera existencia, de su maizal subvencionado, de su costoso bombeo del agua, salvemos la Isla de la esquilmada explotación del terreno, de la agresión química de sus abonos, salvemos la Isla del basurero de su caz y de su río, de sus árboles quemados, salvemos la Isla de su colosal inutilidad, salvemos la Isla
por su situación estratégica, situada a lo largo de una de las arterias
principales de la ciudad, de fácil acceso y a tiro de piedra del
centro, salvemos la Isla para su uso cívico y colectivo, salvemos la Isla
como gran pulmón y antesala arbórea, como un ameno parque de la
modernidad, que sirva a la vez de escaparate de la cultura del ocio, que
no de la ociosidad, aunque puede que también. Salvemos la Isla
de los criterios postrados de la agricultura y del concepto de los
suelos tomateros, cuyo excedente se usa abundantemente en las tomatinas.
La Isla del Colegio no la parió directamente, tal como parece, la madre naturaleza. No, la Isla
fue obra directa del hombre al hacer el caz del molino y al hacer la
presa. Las presas, construidas a lo largo del tránsito del río por el
término municipal, tabulan y articulan su recorrido. Hace tan solo un
siglo, el hombre necesitaba construir estos molinos para un negocio
personal, que el ecologismo envuelve en un bucolismo ingenuo, pero no
consiente que se asome al río un proyecto colectivo y cultural de
rabiosa actualidad. Lo que resulta al menos chocante es que quien debe
decidir quien pisa a trescientos metros del río sea alguien que no salió
de las urnas.
Los
saltos de las presas son los puntos más cálidos de su cauce, allí donde
el hombre hace cantar al agua estruendosamente. Y es el hombre el que
quiere hacer cantar a la naturaleza en el parque de la Isla
del Colegio, apenas esbozado. Creo que habíamos quedado en que el
parque natural, el de las especies autóctonas, el purista, había de
desarrollarse al otro lado del río, frontera natural por medio. El
ecologismo tiene derecho a esgrimir su oferta exclusivista, y la
comprendo. Pero lo que no comprendo es que en esta selva del “homo
homini lupus” unos pocos acaben como siempre jodiendo a los muchos.
“Salvemos la Isla” gritaban hace un año, dos años. Y la Isla quedó salvada. Hoy es preciso reanudar el grito
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 16.6.2007
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