OJO de buey
El berrinche de Juan Marsé
Lo
que me impactó fue el berrinche de Juan Marsé cuando tenía siete años.
Nunca pudo imaginar que lo contaría un día sobre la tribuna del
Paraninfo de Alcalá. En la Barcelona
de Marsé de aquellos años de postguerra, los vecinos hicieron una
fogata, donde arrojaban los libros, cartas, fotos y documentos que
creían ser comprometedores en aquellos días. Juanito miraba el fuego y
las hojas que se desprendían y se encendían como rosas, bailaban y
volaban convertidas en pavesas. Fijo se mantenía Juanito por los
entresijos de la pira, cuando advirtió que su héroe predilecto Bill, el
Aventurero del Aire, su propia efigie imbatida, se inflamaba en el fuego
al que erróneamente le había destinado su padre. Juanito Marsé rompió a
rugir con un llanto inconsolable.
Es
mejor así. Es mejor no perderse la belleza de las situaciones por poner
en juicio las propias situaciones. Es mejor hacerse separatista
republicano y poder así entrar al patio de vecindad y colocarse en el redor
de su hoguera. Es mejor dejarse llevar y meterse ahora en la estética
de los perdedores de que nos habla la ministra González-Sinde. Nada de
lo que de negativo me han dicho sobre ella lo proyecto ahora sobre su
imagen parlante, sólo sé que sabe leer y la escucho. Saber leer no es
faena corriente. Que una ministra de Cultura sepa leer dice ya mucho a
su favor. Tiene temple, cadencia, sentido, dicción. Eso es mucho. Puede
ser su “canto alcalaíno” el canto premonitorio de la flamante ministra.
La ministra Chacón podría llegar a saber leer si no se precipitara. La
de Cultura tiene mimbres de sobra para tejer un discurso de conmovidas
analogías. Ante todo, tiene delante a un premio Cervantes que nació a la
literatura desde el cine. Y el cine es el alma de la que sabe leer.
Los comentaristas de TVE, él y ella, glosan
el largo y sugerente discurso de Marsé. La cámara recorre los
atauriques y lacerías del imponente artesonado, enfoca la galería
superior y desciende a sorprender los rostros arrobados que despiertan.
Puede resultar pedante, diría yo, como un localismo banal, pretender que
el comentarista dijera algo del sitio, algo así como “esta es la Universidad
del Renacimiento español” o “en esta ciudad nació Miguel de Cervantes”.
Todo lo más que se dijo apoyando la imagen fue: “Esta es la fachada de
esta Universidad”. Pienso, por el contrario, superando la ironía, que
aquí no hay que dejarse llevar. Los símbolos, por muy manidos que
parezcan, no se suponen, es preciso renovarlos continuamente. Si nos
quedamos sin símbolos, Madrid nos dará matarile, nos quitará,
insaciable, el Premio Cervantes para trasladarlo a cualquier lugar
reinventado, a
un punto cualquiera de ese Madrid de las Letras o a la suntuosa sede
del Instituto Cervantes con olor indeleble a banco, pongo por caso.
El
autor autodidacta Juan Marsé, puesto en pie, acogió dignamente el
broche litúrgico del himno universitario, ese que dice: “Vivat Academia,
vivant profesores”. La liturgia civil resulta a veces equívoca. A mí,
por el contrario, lo que me llegó inequívoco, como un trueno, fue el
berrinche de Juanito.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 2.5.2009
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