MATARRATAS
Me
llegan agudos, hirientes, desgarradores, los gritos de Amina Filali
desde Larache. Hoy no podría escribir de otra cosa que de ti, te lo
juro, niña. Esta vez, Amina, han llegado tus gritos, al menos, no han
quedado anónimos ni sepultados bajo la arena cómplice de la peor edad
media de este siglo. Tu muerte no quedará sellada ni será baldía,
gracias al milagro de la comunicación en nuestros días, gracias al
periódico local “al mossoe”, que, en su versión digital, recogió tu
grito, y a quien saludamos desde aquí, desde este que es también
periódico local.
Ay,
Amina, niña obligada a abrazar tu propio odio. La justicia del poder
teocrático de tu país te obligó a casarte con tu propio violador. Tu
padre, que lo fue en principio, denunció en Tánger el abuso a tu cuerpo
de niña. Y ya dejó de ser tu padre: cedió ante la acción intermediaria
de los amigos de ambas familias, cedió ante el juez y cedió, sobre todo,
ante tus ojos, donde se reflejaba un monstruo. El monstruo fue el mejor
parado por la errática justicia de tu país, porque quedaba sin castigo
si lograba casarse contigo. Fuiste, Amina, pues, objeto deseado de
breves días, fuiste, nena, un proyecto de tabla salvadora, fuiste halago
seductor por intereses básicos, y te rodearon esos días amplias
sonrisas de piano en las bocas moras de tu monstruo y su familia, que se
trocaron en colmillos caninos al día siguiente. Dilapidaste, Amina, los
dias contados en que fuiste objeto de deseo, porque, después de la
boda, ya sólo fuiste un guiñapo de carne obligada y lacerada
salvajemente.
Y
cuando escapaste de tu casa de tormento, la de tu marido y violador,
con su familia, que era legalmente la tuya, Amina, cuando corriste,
digo, a la casa de tu padre pidiendo auxilio, ya era tarde, niña, tu
padre no te acogió porque no podía, y se te negó el regazo, ay, nena, el
regazo materno a que tienen derecho todos los cachorros del reino
animal, los que no se han dado más ley que la natural. Tú que habías
sido tabla de salvación para tu monstruo y su familia, ahora para ti no
la tenías, no la tenías, y te quedaste sola en terreno de nadie, tan
sola que elegiste la peor de las muertes de tu aterrador entorno, ese
‘matarratas’ que hallaste en tu cloaca de chillidos y convulsiones,
desde donde tu marido empezó a serlo tardíamente en el camino al
hospital de tus gritos horripilantes. El médico fue el notario de tu
declaración de autosacrificio, teniendo por testigo a tu marido que dejo
de serlo. Adiós, Amina Filali, heroína solitaria, grito de las
conciencias dormidas, mártir del oscurantismo musulmán contra las
mujeres y de este occidente europeo, laxo y permisivo, que vive la
crisis moral más inconsciente de su historia.
Pero
no se hagan ilusiones, porque esta incontestable vergüenza, a la que
está sometida impunemente la mujer musulmana, será aquí achicada de
inmediato por el relativismo sofista de nuestros días, diciendo que hay
que respetar las costumbres profundas de los pueblos, que cada pueblo
tiene su moral, que no hay que inmiscuirse… y otras zarandajas
relativistas de mejor cuño. Estos tolerantes tribunos de la moral son
los mismos intolerantes que aquí se rasgan las vestiduras por no sé qué
cosicosas en un video que busca vocaciones sacerdotales.
Los acuerdos comerciales con Marruecos que los socialistas votaron a su favor en el parlamento español y europeo llevan
la letra exigida del respeto a los derechos humanos, pero la decadencia
europea no exige la letra mojada de los acuerdos, se encoge de hombros,
y entierra con toneladas de tomates los gritos de Amina. Y en Almería
no saben ahora qué hacer con sus tomates, piden compensaciones al
parlamento y ya, en el delirio de la mentira, una consejera andaluza se
pasa por Almería para decir que toda la culpa es del PP.
Pero
a mí lo que me interesa hoy es lo que voy a hacer con tus gritos,
Amina. Cuando lleguen a mi mesa los tomates rojos de la vergüenza
marroquí sabre ver en las simientes aplastadas de su pulpa, tu grito
diluido y aplastado, desbordado de bilis amarillas. La Europa mercantilista y decadente ya no podrá ahogar tus gritos.
Adiós, Amina, muñeca rota y resucitada en un periódico local, como el mío, a donde ham llegado tus agudos gritos, ahora que la Andalucía
que queda encima de tu cabeza definitivamente cubierta, se remueve y se
renueva. Ese ‘matarratas’ no era para ti, nena, no podía ser para ti en
este mundo que te oprime, era para los que roen lo ajeno y para los que
transitan por sus propias alcantarillas sin querer reconocer la
evidencia de tu horror.
JOSÉ CÉSAR ÁLVAREZ
Puerta de Madrid, 17 3.2012
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