El ‘low cost’ y el nominalismo complutense
El
‘low cost’ es el nuevo anglicismo que penetra y se le hace querer. No
dice nada nuevo, ‘bajo coste’, es decir ‘rebajas’, pero las palabras de
tan manidas, se desvalorizan, se vuelven ganga fónica, flatus vocis
decían los nominalistas medievales, sonidos, vahídos. Y, sin embargo,
había quien decía lo contrario: que el nombre de las cosas hacía a las
cosas. Cada palabra tenía resonancias propias y significaciones
singulares. Todo ello hace pensar si la lengua debe ser renovada y lo es
por influencias inevitables, mientras formamos un cementerio de viejas
palabras,
con las que nos reencontramos con sorpresa en nuestros movimientos geográficos, por ejemplo, cuando viajamos a Iberoamérica.
El nominalismo fue un movimiento filosófico de contenido muy complejo, que se acentúa en la Edad Media
y tiene su eclosión en el Renacimiento. Lo que más se conoce de esta
vasta teoría es que niega los conceptos, los universales, de los que
dice que son puros nombres. Ningún universal, decían, existe fuera de mi
mente. La realidad es concreta, singular. Esto suponía un salto al
vacío, suponía negar toda la elucubración conceptual de Sto. Tomás de
Aquino, era segar toda la obra escolástica del medievo. En España no
llegó el nominalismo hasta finales del siglo XV cuando ya llevaba dos
siglos en Europa. En la universidad de París existían, sin embargo,
lúcidos nominalistas españoles: Augustus Magnus, Jerónimo Pardo, los
Núñez, Pérez de Oliva, Coronel, Lax, Celaya… pero fuera de las
fronteras.
Menéndez
y Pelayo incluye a este grupo entre los «escolásticos degenerados y
recalcitrantes de los primeros años del siglo XVI». De ellos nos dice
que “enseñaron en París con gran crédito de filósofos, el cual
totalmente vino a tierra el día en que Luis Vives lanzó contra ellos su
diatriba de silogismos” (1511)
Cuando Cisneros funda la Universidad de Alcalá toma
como modelo la de París y quiere traer a toda costa el nominalismo. Era
la moda, la vanguardia, y lo hace en contra de los dominicos que
enarbolan su bandera tomista, quienes consiguieron una carta del rey,
fechada en Sevilla en 12.11.1508 por la que se consideraba a favor de la
cátedra tomista. Pero en Alcalá y sin dilación alguna aparecen por
primera vez en España las cátedras de lógica nominalista, figurando
entre los primeros profesores, además de los aludidos, Diego y Juan de
Naveros.
Muñoz Delgado, en su documentadísima obra La lógica nominalista en la Universidad de Salamanca,
nos muestra el forcejeo del claustro salmantino por no quedarse atrás
respecto al complutense. El 2 de octubre de 1508, el claustro de
Salamanca acuerda en acta: «Todos los dichos señores hablando en lo del
dicho Colegio de Alcalá dijeron que dos cosas habían dado ocasión a que
los lectores e estudiantes se fuesen de aquí al dicho Colegio. Una era
por las mercedes que el Cardenal les prometía e fasia, e otra porque no había aquí quien leyese nominales
y porque no los consentían leer e echaban e habían echado de aquí a los
que habían venido algunas veces a los querer leer. E por tanto que se
fisiesen cátedras de nominales y les diesen salario competente e
buscasen buenos letores que el estudio no se desplobaría y no haría
falta ni daño el de Alcalá...» Y continúa el padre Muñoz: «Una vez
decidida la creación de las nuevas cátedras se nombra una comisión que
determina generosos salarios y se le encarga de buscar 'algunos hombres
famosos' para regentar las nuevas cátedras. Acto seguido acordaron que
el Maestro Ortega vaya a Alcalá donde dicen que está el Maestro Miguel
Pardo, e a Zaragoza donde dicen que está Ciruelo, e vaya a costa de la Universidad y los procure traer...».
Pero
va a ser el sutil jesuita granadino Francisco Suárez, el ‘Doctor
Eximius’, el que enseñó y escribió en Alcalá desde 1585 a 1692, y que,
en su genial síntesis metafísica, amalgamará elementos tomistas,
escotistas y ockhamistas, conservando y potenciando lo más noble de la
postura nominalista. Atemperadas las exageraciones del nominalismo en la
filosofía suareciana, lo que hay en él de positivo y fecundo pasará, a
través de la obra de Suárez, a España, y también a Europa, transmitido a
través de la filosofía racionalista, especialmente de Leibniz y Wolff.
Descartes, que estuvo con los jesuitas, estudió la filosofía de Suárez.
El
jesuita Francisco Suárez (1548-1617), una de las figuras más
universales por la lucidez y rigor de su pensamiento. Filósofo, jurista y
teólogo, con cátedra en Alcalá, le fue encargado por el papa la
redacción del documento de condena doctrinal al anglicismo, que fue
quemado en la vía pública en Londres y París.
Nos
hubiera gustado saber de boca del sabio alcalaíno de la calle Libreros,
Francisco Suárez, sobre el concepto nominalista de este ‘low cost’,
este bajo precio y aprecio que nos atenaza en nuestros días.
José César Álvarez
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