¿Dónde fuiste, Miguel?
Madrid, tras los huesos de Cervantes
Otra vez la tecnología se mete en las cosas de Cervantes. Se metió en La Mancha para resolver no sé qué adivinanza de la patria del Quijote, y ahora se mete en el convento de las Trinitarias de Madrid –esperemos que con mayor fortuna–, provista de georradares y de infrarrojos tras los restos del alcalaíno Miguel de Cervantes.
Cervantes ha sufrido, tras su muerte, dos
olvidos lamentables, dos lagunas que le superan: una en el nacimiento, otra en
su enterramiento. La primera, la laguna de su nacimiento, la ha salvado Alcalá
y sus colaboradores insignes. Esa es cuestión ya zanjada. El enterramiento,
cuestión que le corresponde a Madrid, está por solventar. No podemos señalar
con precisión su sepulcro. Si lo hubiera tenido, como Dante en Florencia,
hubiera servido de digno contenedor de sus restos. Pero unas obras imprecisas
dispersaron sus huesos imprecisos. Esperamos que la tecnología recupere el
olvido madrileño y sea más concisa que la solución que en 1870 brindó el
marqués de Molíns, presidente de la Academia Española: “Todo el monasterio de
las Trinitarias es su tumba”. El ayuntamiento de Madrid, con un presupuesto
inicial de 12.000 euros no parece ahuyentar la pobreza congénita de Cervantes,
aunque a finales de este mes de mayo prometen dar los primeros resultados.
El lugar del enterramiento de Cervantes se
señala en la Historia de la Fundación de la Orden de las Trinitarias Descalzas
de Madrid y en la Memoria elaborada por la Academia Española en los tiempos de
Molíns. En la partida de defunción –con fecha del sepelio de 23.4.1616– de la
parroquia de San Sebastián de Madrid (Libro IV, folio 270) se dice: “… mandóse
enterrar en las Monjas Trinitarias, mandó
dos misas de alma y lo demás a voluntad de su muger, que es
testamentaria, y del Ldo. Francisco Martínez” (cura vecino que le entierra)
En la Crónica fundacional se dice que las
Trinitarias ocuparon ese cenobio desde 1612 hasta 1639, cuyo cercano
advenimiento le propició a Miguel la elección de su sepulcro como
agradecimiento a la Orden Trinitaria, redentora de su cautiverio de Argel, de
cuyos 500 escudos de oro en oro de España, que costó su rescate, fue deudor en
vida. Pagaba al menos con los despojos de su muerte.
Este fue su deseo testamentario: ser
enterrado en el Convento cercano de las Trinitarias de la calle Cantarranas,
hoy Lope de Vega, a donde Miguel acudía desde la de León como miembro activo de
la Esclavonía del Stmo. Sacramento y de la Orden Tercera Franciscana, en cuyo
Libro figuraba una nota con la fecha de ingreso en los franciscanos de Alcalá
de Henares, su patria chica (2.7.1613). La imposición del hábito franciscano
fue en el lecho de su hidropesía terminal, con cuyo hábito fue amortajado a
cara descubierta, sin cruce de manos, y empuñando en su diestra una cruz.
El pequeño templo trinitario exhibe dos
pequeñas lápidas. La de afuera dice: “A
Miguel de Cervantes Saavedra que, por su última voluntad, yace en el Convento
de la Orden Trinitaria, a la que debió principalmente, su rescate. – La
Academia Española. –Cervantes nació en 1547 y murió en 1616.” La otra lápida
interior, colocada a la izquierda del presbiterio, decía: En este Monasterio yace Miguel de Cervantes Saavedra; doña Catalina de
Salazar, su esposa; doña Isabel de Saavedra, su hija, y Sor Marcela de San
Félix, hija de Lope de Vega.” Después de los estudios cervantinos de Pérez
Pastor fue laminado el nombre de Isabel de Saavedra. El sepelio de su mujer,
sin embargo, acaecido diez años después de Miguel, consta también en su acta de
defunción.
En diciembre de 1630 fue enterrado allí
don Sancho de la Cerda, marqués de La Laguna, quien “tenía juego en su casa” y
no atendió la Fundación de las Trinitarias y lo hubo de hacer su mujer, ya viuda. Este suceso hubo de
conmocionar el subsuelo trinitario.
La
cláusula 21 reza: «Item: luego que se efectúe por escritura estas
capitulaciones, mediante la licencia de Vuestra Alteza [el Cardenal Infante]
para trasladar al dicho convento el cuerpo del dicho Marqués y dar principio a
este patronazgo, el dicho convento ha de desembarazar la capilla mayor, coro y
bóveda de cualesquier cuerpos sepultados y depositados en los dichos tres
lugares y en cualquiera de ellos, y trasladarlos adonde hayan de estar; y hasta
tanto que esto esté hecho, ni se ha de trasladar el dicho cuerpo del dicho
Marqués ni ha de comenzar la renta de los dichos diez mil reales».
Sin
embargo, hubieron de anticiparse las cosas. La Marquesa hallábase enferma de
gravedad, y no descansó hasta ver trasladar al día siguiente de otorgarse la
escritura, 21 de Diciembre de 1630, los restos de su esposo desde la capilla de
la iglesia de San Bernardino, extramuros de Madrid, al coro bajo de las
Trinitarias. Lo cual no quiere decir que no se hicieran posteriormente los
acomodos definitivos, porque doña María de Villena, esposa del marqués, era
enterrada 40 días después en tan estrecho lugar.
Fue
así como, al llegar al convento de la calle de Cantarranas el marqués ‘de la
Timba’, levantó de su sitio al Príncipe de los Ingenios, que llevaba allí 14
años, sin apenas dejarle pudrir. ¿Dónde fuiste, Miguel?José César
Álvarez
Puerta de Madrid, 10.5.2014
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