Es el día de la Pascua
de una Navidad cualquiera de mil setecientos cincuenta y tantos. Baja
la municipalidad, baja el Ayuntamiento Pleno por la calle Mayor a los
oficios de la Iglesia Magistral, van a la plaza de Abajo. que también fue de La Picota. Abren
paso los cuatro porteros tocados de encarnado y mazas de plata al
hombro, seguidos de los regidores en estricta formación jerárquica,
presididos por el Corregidor. Ahí van los munícipes de uniforme, con
chupa, calzón corto y medias de seda encarnada, sombrero de tres picos,
espadín y zapato con hebilla. Esos son concejales, como Dios manda. No
había llegado aún la era y hora de los descamisados.
No
es justo, mirando pasar la augusta comitiva, que estos hombres
compongan un Ayuntamiento sólo «ilustrísimo», ya que no sería
«excelentísimo» hasta que Alfonso XII se lo haya de conceder en junio de
1880, para lo cual tiene que llover un rato todavía.
Pero
ellos no lo saben, ni menos saben que andando el tiempo, en el derrumbe
de los protocolos, los ayuntamientos, por mimetismo, por reales reaños,
porque sí, se autodenominarán “excelentísimos” y “Malagón” el último.
Ahí van, míralos, calle Mayor abajo, ahí van a la Iglesia
de San Justo los regidores ilustrados de la ya entonces ciudad de
Alcalá de Henares con la prosapia que otorga la vestimenta municipal,
desfile que es la aspiración ensoñada de sus moradores. Ese
ayuntamiento que ahora desfila tiene nucha más enjundia que la
irrevestida y civil vestimenta de los actuales munícipes, que sólo
portan como mucho los atributos de una vara y unas medallas, mientras
que a los maceros se les ve poco. Pero ya no quedan desfiles ni
ocasiones. Es el derrumbe de los protocolos. En la Gran Bretaña,
sin embargo hay, desde hace tiempo, un auténtico ‘revival’ y
renacimiento de sus viejas costumbres, en las que se remiran y se
remueven sin complejo de su historia.
Grabado de la Colegiata de Alcalá de Henares por F.J. Parcerisa
Grabado de la Colegiata de Alcalá de Henares por F.J. Parcerisa
Ahora,
ya es el primer día del año y vuelve a bajar a San Justo el desfile de
los munícipes de calzón corto y media larga, después de haber tomado
posesión de las Casas Consistoriales. Ahí vuelve a bajar el
Ayuntamiento, grave y circunspecto hacia San Justo. La ceremonia
eclesial ha acabado y los regidores esperan fuera, a donde se escapa la
música de órgano. Rodríguez de Hita, el gran músico del siglo, el ‘seise
de Alcalá’ ya se ha ido a la catedral de Palencia, pero la Magistral es sede de escuela musical.
Cuando el Cabildo Magistral termine de salir por la puerta de la pila del agua bendita del Cristo de la Cadena, también de las Maravillas, comenzará
la
procesión en torno al templo. El Cabíldo no acaba de salir y los
munícipes se impacientan. Tardan tanto en pasar porque el traje coral de
los prebendados arrastra profusa cola. Es una salida angustiosa: pasan
uno a uno, bien espaciados y salen al exterior como apariciones
estelares. A los regidores les debe irritar ese pavoneo de arrastre
talar y telar, que, además, restaba protagonismo a sus atavíos festivos.
Aquella largueza del revestimiento eclesial estaba en contradicción con
su exiguo pantalón corto y media de seda torneada. Era la cortedad
municipal frente a la largueza eclesial.
Y
fue precisamente esa largueza del tiempo y del atuendo lo que figuró
como causa de la demanda municipal de un pleito a fin de que se
recogieran con las manos los arrastres. Y no vayan ustedes a creer…:
perdió el pleito la Iglesia.
Siguen
saliendo todavía a la plaza de los Santos Niños los prebendados. Estos
munícipes que se impacientan parecen no salir nunca de las funciones
eclesiales. Esteban Azaña se queja de que en su tiempo, un siglo
después, mediados del XIX, ya no quedara casi nada de aquellas solemnes
funciones religiosas a las que asistía el Ayuntamiento, «Sólo le vemos
–dice– en San Justo, el día del Niño, Reyes, Candelaria, Ramos, Jueves y
Viernes Santos, Corpus por la mañana y octava, Santos Niños, mañana y
tarde y Pascua de Navidad». ¡Y eso era poco para don Esteban! el cual
fue alcalde de Alcalá y padre de don Manuel, que sería ‘alcalde’ de
España, y que habría de tener, desde luego, muy distintos pareceres
sobre el particular.
Nosotros
sabemos de estos hombres que salen aparatosamente, uno a uno, y de
estos munícipes, cabreados, que les miran salir. Pero ellos de nosotros
no saben ni papa, aunque les gustaría, ya lo creo. Ellos son
catedráticos y ‘magístrí’ de la insigne Universidad de Alcalá, pero no
saben del tiempo adelante, sólo saben para atrás como todo hijo de
vecino. Así, no
saben quién fue don Manuel Azaña ni saben que ese su egregio y mimado
templo quedaría hecho una pavesita en el fuego estival de 1936, ni menos
saben quien es Javier Bello en el año 2012, ni que ‘El Chorrillo’ ese
año fue un chorro de euros.
Pero
tampoco saben algo gordo que va para atrás, que es memoria: no saben
todavía que Cervantes, nada menos que Cervantes nació en Alcalá, están a
puntito de saberlo. El que ahora es Abad, Santiago Gómez Falcón, va a
descubrir su partida bautismal.
Por fin han acabado de salir y ha comenzado la procesión del Nuevo
Año en rededor de San Justo. Las capillas se descolgaban al exterior
desde la girola y desde el lado del Evangelio, como bolsas desiguales,
en tanto se topaba sobre su costado delantero la línea de casas
soportaladas, continuación de la calle de San Felipe. Casas y capillas
que fueron con el tiempo rebanadas como quesos y permiten hoy airear gran parte de la silueta magistral.
José César Álvarez
www.josecesaralvarez.org
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