PPREGÓN DE LA VIRGEN DEL VAL DEL 2001.
Por José César Alvarez
Ilmo. Sr. Abad-Deán de la Iglesia Mafistral-Catedral, Junta de Gobierno de la ilustre Cofradia de la Virgen del Val, dignísimos alcalaínos todos:
Se
le encoge a uno el corazón no vislumbrar la generosa silueta del que
durante tantos años fuera prioste de esta Cofradía, Julián Angel Muñoz
Pérez. Nuestro recuerdo más entrañable para nuestro buen amigo Ángel, a
quien la Virgen
del Val ha querido llevársele a otros valles más rutilantes, valles no
de lágrimas. Recuerdo que hacemos extensivo al que fuera Tesorero de la Junta, nuestro buen amigo Tomás Cubillo Frutos. Descansen en paz.
Pregón de la Virgen del Val, honor que me concede la Junta de Gobierno de la citada Cofradía de la Virgen
del Val, honor al que no sé si podré estar a la altura de las
circunstancias, porque los pregoneros, los viejos pregoneros voceaban en
la vía pública, anunciaban, citaban, convocaban, congregaban… y yo no
creo que pueda agregar ni un ápice a esta santa convocatoria ya
decidida. Nadie se agregará por mí. Sin
embargo, las intenciones me salvan. Porque en estas circunstancias me
gustaría ser pregonero a la antigua usanza, y provisto de trompeta,
vocear de esquina en esquina la festividad de esta Virgen del Val,
Patrona de Alcalá, vocear el nombre de esta Virgen que cíclicamente va y
viene por la espina dorsal de la ciudad, de esta Virgen grande que
recorre la entraña de la historia de Alcalá, de esta Virgen grande y
chica que se agazapa festivamente en el tercer domingo de septiembre,
renunciando humildemente a otras repercusiones de índole social y
laboral. Una
Virgen, en definitiva, necesitada de un pregonero de verdad, que
anuncie a los alcalaínos que dicen serlo y a los que lo quieren ser, a
esta Patrona, cuya festividad pasa casi desapercibida en el calendario
local por caer en domingo.
Hecha esta introducción, voy a glosar a mi manera, si ello me es permitido, algunos recuerdos personales de la Virgen
del Val, recuerdos, por otra parte, simples, casi fútiles, eso sí,
adobados y enfatizados a mi manera. Por ejemplo, tengo nítidos en la
memoria aquellos alrededores de la ermita de la Virgen
del Val, donde se celebraba la antigua romería, siempre colorista y
costumbrista, popular y familiar, y aquella barcaza que nos transportaba
al otro lado del río. Sin embargo, los alrededores de la ermita del Val
me traen otros recuerdos más laboriosos. Era cuando la chavalería
íbamos a arrancar el paloduz. Las mejores matas de paloduz de toda la
comarca se concitaban en torno a la ermita del Val. Provistos de
utensilios, extraíamos con mucho esfuerzo los rizomas del orozuz, que
nosotros llamábamos paloduz y otros regaliz. Alardeábamos entre nosotros
con gavillitas cortadas al ras. De esta manera hacíamos pifia a los
puestos de golosinas del Sr. Emilio y Retabé, que de 10 céntmos el
palitroque lo habían subido a 15, lo que suponía un gasto insostenible.
Tengo para mí que aquella dulce generosidad del entorno de la ermita no
podía ser casual. Pensaba de niño y sigo pensando todavía que allí donde
la Virgen
del Val había plantado su pie en el campo, allí lo había colmado de
dulce. Todos los alrededores de la ermita estaban cuajados de dulce. Era
el dulce maderoso de los niños de la posguerra.
Recuerdos de la Virgen del Val. No sé por qué llevo clavado en la retina aquel canastillo de pétalos de rosa que una muchacha lanzó al paso de la Virgen
desde un balcón de la calle Mayor. Los lanzó con tal tino y destreza,
que, por un instante, aquel borbotón de pétalos quedó clavado en lo
alto. Y yo llevo clavado en el recuerdo aquel arrojo de amores
encendidos, aquella cascada de besos translúcidos, aquella leve gravedad
de una ofrenda que lentamente caía sobre el rostro y el manto de la Virgen.
Recuerdos de la Virgen
del Val. Una procesión de un año cualquiera, de muchos años cualquiera,
en los que desde una acera cualquiera he esperado pacientemente el paso
de la Virgen. Al
acercarse, la curiosidad me ha llevado, perdon Señora, a mirar la
expresión de las caras de las personas allegadas. Al acercarse la Virgen las
expresiones de los rostros son muy variadas. Las hay impenetrables,
respetuosas, pero cunde la emoción y el entusiasmo, sobre todo en las
mujeres. Pero entre los respetos y entusiasmos, he
descubierto rostros de mujer tensos, miradas llenas de ansiedad,
bisbiseantes de súplica y de plegaria, apuradas de premura, como si el
tiempo se les marchara, como si la Virgen se les escapara. Mujeres anónimas de las aceras de Alcalá balbuciendo
una pena honda, una congoja. Puede que la pena de un hijo en el paro,
la pena de un hijo en la droga, la pena de un hijo enfermo. Madres de
Alcalá trasluciendo un sufrimiento hondo, cuyos rostros he guardado en
el archivo de mi memoria.
Recuerdos de la Virgen
del Val. Esta vez fue una procesión concreta, la del ochocientos
aniversario. Participé activamente en la misma, ubicado hacia la zona
media. Entonábamos el “Estrella de los mares” en el momento en que
traspusimos la casa tapón que desde la plaza de los Santos Niños accede a
la calle Mayor, cuando constatamos que la parte delantera de la
procesión entonaba el “Ave, Ave, Ave María”, entrando en un pulso
cantoral, en una porfía tonal entre ambas partes. En estas andábamos
cuando la banda militar de fanfarrias y cornetas que cerraba la
procesión embocó la calle Mayor con tal estruendo que hizo reduplicar
nuestros esfuerzos canoros, entregándonos a una triple confrontación
tonal a todo trapo y resultando una inaudita mezcolanza, un guirigay
sublime y alucinante del que guardo sonoro recuerdo.
Recuerdos de la Virgen
del Val. Casa familiar de la calle Carmen Calzado, donde mi tía Maria
Luisa, metida a poetisa, lo era, inclinada sobre unas cuartillas en una
mesa camilla, se empeñaba en rimarVal con Santidad y Santidad con Alcalá, y el resultado de aquel empeño fue la letra del actual himno de la Virgen
del Val, encargo que recibió de aquel Abad de tan grata memoria, don
Francisco Herrero García, aportando la música el sacerdote alcalaíno don
Jose María Roldán. Himno, es de justicia decirlo, que fue relanzado por
el coro de Carmen Cerezo, y cuya letra conocéis bien:
“Virgen del Val,
la perla de este valle,
joyero de grandeza
de ciencia y santidad.
Buscamos, Virgen pura
tus grazos maternales,
pues eres nuestra madre,
la madre de Alcalá”
Mi tía Maria Luisa había querido resumir en los primeros versos de este estribillo la imbricación de la Virgen del Val y la historia de Alcalá. y llama a la virgen “perla”
y “joyero”, es decir, parte y todo, contenido y continente. Y en ese
joyero de grandeza entran todos los sabios y los santos de la Universidad
de Alcalá: Francisco Vallés el Divino, el gran médico humanista, el
filósofo Francisco Suárez, el doctor eximio. Y los filósofos
nominalistas. Y Domingo de Soto, Laínez, Salmerón y todos aquellos a los
que Menéndez y Pelayo llamó “martillo de herejes y luz de Trento”. Y
los santos que fueron alumnos de la Universidad:
Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Avila, San Ignacio de Loyola,
San Francisco de Borja, San José de Calasanz. Y los santos más cercanos:
San Félix de Alcalá y San Diego de Alcalá. Todos ellos, sabios y
santos, rezaron a la bendita Virgen del Val, “joyero de grandeza, de
ciencia y santidad”.
Pero
en ese joyero entramos también todos los que hemos rezado alguna vez a
la virgen, todos los que alguna vez la hemos mirado. Todos los
alcalaínos, por el hecho de serlo, somos joya dentro del joyero de la Virgen del Val. ¿Sabéis por qué? El rostro de la Virgen es intemporal, nosotros pasamos pero la Virgen
queda, y cuantos se asoman a ese pozo insondable de la historia quedan
atrapados. Y ahí nos encontramos con los alcalaínos que nos precedieron,
con los santos y los sabios, con los labriegos que le pidieron la
lluvia y con las madres que le pidieron un buen parto. En el rostro de la Virgen nos encontramos los alcalaínos que somos con los que han sido, ahí nos miramos y nos remiramos, ahí nos fundimos. Es la Virgen del Val un vértice de encuentro, crisol de los tiempos, pozo de vértigo.
Al rostro intemporal de esta Virgen del Val se asomaron aquellas madres de la Edad Media
que le pidieron por la higiene de sus calles, por el empeño fallido de
dar hijos a Alcalá y a Castilla, dada la alta mortandad infantil, y le
rezaron por el fin de las guerras y de las epidemias.
Y
en ese rostro nos juntamos con las madres de Alcalá que dieron hijos a
América, y en ello esta ciudad fue extraodinariamente generosa. Y
aquellas madres rezaron a la Virgen
del Val por la incierta y procelosa aventura de sus hijos, y al rezar
por sus hijos rezaron por la épica gesta del Nuevo Mundo. Y los hijos de
Alcalá, desde América, replicaron a sus madres rezando a la Virgen de su pueblo, la Virgen del Val, vértice de encuentro.
Y fray Francisco Jimenez de Cisneros, el fraile franciscano que fue Cardenal de la Iglesia,
Arzobispo de Toledo, Regente de España y Señor de Alcalá, el que elevó a
la dignidad de Magistral este templo, (el verdadero hacedor del “Alcalá
patrimonio de la Humanidad”, cosa que no se dice, quizás porque se supone, en tanto se subrayan aspectos colaterales de nuestra historia), rezó a la Virgen de la Asunción, primera advocación de la Virgen del Val, y que la jerarquía eclesiástica alternó durante mucho tiempo con la denominación popular del Valle, del Vado, tal como la cita el Arcipreste de Hita, del Vall y del Val. La rezó el Cardenal cuando esperaba la Bula fundacional del Papa Alejandro VI, que se le retrasaba y hubo de empezar las obras de la Universidad sin el refrendo pontificio. Y fray Francisco rezó a la Virgen del Val en la otra de sus grandes obras, la Biblia Políglota
Complutense, cuando a su impresor Arnaldo de Brocar se le acumulaaban
los problemas. ¡Eran tres y cuatro columnas de la transcripción del
texto bíblico en tres y cuatro lenguas, en prodigioso paralelismo y en
cuatro caracteres distintos, los caracteres latinos, griegos, hebreos y
caldeos! Y Cisneros se encomendó a la Virgen del Val pidiéndole por el final feliz de aquel reto, que él no pudo ver concluido.
Y rezaron a la Virgen del Val los profesores y alumnos de la Universidad. Con motivo de dicha festividadm, nuestra historia relata que hubo
disputas muy serias por cuestión del protocolo entre las tres
instituciones señeras de Alcalá en aquel entonces: el Cabildo Magistral,
la Municipalidad y la Universidad. En realidad era un problema de celos por la Virgen del Val. La protesta solía venir siempre de la parte de la Universidad, quien se llevaba la peor parte en los protocolos. Pero un año, cuando la procesión llegaba a la Puerta de Mártires, cayó tan fuerte aguacero que hubo de suspenderse la procesión. La Universidad
se prestó a darle cobijo, dada su proximidad, y con tal motivo la
retuvieron casi un año, durante el cual le montaron guardia permanente
profesores y estudiantes.
La
historia tiene sus días de cara y sus días de cruz, su anverso y su
reverso. Si hubiera que buscar en nuestra historia algún día ejemplar de
cruz o de reverso hemos de irnos a la Guerra de la Independencia. Por
ejemplo, el 20 de Abril de 1813. Noche negra donde las haya, noche de
espanto. El Empecinado, que aquí estaba, recibe la noticia de que los
franceses se acercan a Alcalá desde el puente de Viveros en San Fernando
siguiendo la línea del río, El Empecinado y sus guerrilleros huyen. No
puede hacer frente a los franceses. Le han sido requisados los depósitos
de municiones por El Manco, un renegado. Alcalá queda desprotegida y
los franceses entran en afán de revancha. Los maridos y los hijos nada
pueden hacer ante los alaridos de sus esposas y madres, de sus hijas y
hermanas; los sagrarios de iglesias y conventos fueron profanados y
saqueados; casas robadas e incendiadas; y ni los enfermos fueron
respetados: levantados de sus lechosfueron corridos de arma. A los
pocos, días en esta bendita Magistral, se organizó un acto especial de
desagravio al que acudieron todas
las nmujeres de Alcalá que no murieron. Todas juntas, codo con codo, la
noche de marras con distinta suerte, todas a una rezaron a la Virgen
del Val por la paz de sus corazones y la paz de España, en tanto los
hijos y maridos arreglaban los desaguisados de la tropa intrusa, que
había tomado el camino de Guadalajara. Es fácil imaginarse el efecto de
aquellas tres formidables palabras de la imprecación de la solemne
letanía que dirigió el Abad de San Justo:
-A peste, fame et bello
Y
las mujeres de Alcalá, que no saben latín, pero que creen que a Dios
hay que dirigirse en su idioma para que las entienda, todas a una,
clavados sus ojos en la bendita Virgen del Val, mediadora entre Dios y
entre los hombres, contestan:
-Liberanos, Domine.
De la peste, del hambre y de la guerra, líbranos, Señor.
Como veis, no sólo rezaron a la Virgen del Val los santos y los sabios de la Universidad, sino el pueblo llano, los hombres y mujeres de la peste, el hambre y la guerra. Es necesario, alcalaínos, mirar a la Virgen
del Val y extraer de sus ojos no sólo sus días de gloria sino sus
noches negras. Las noches negras de la historia son el obligado
contrapunto para poder entender lo que vale hoy un bocado de pan blanco,
un grifo de nuestras casas, un paseo por la plaza de Cervantes o el
silencio de nuestras bibliotecas. Los ojos negros de esta Virgen nos
devuelven el valor de las cosas sencillas.
Ay
de las noches negras de la historia. Y sin embargos, amigos, otras
noches negras sin historia hoy nos ocupan. Me refiero a las noches de la
movida dura, las noches del alcohol y de la droga, las
noches de la camorra y de la pendencia de las hojas blancas que
encharcan nuestras fiestas. Esa es la última bruma que empaña los ojos
de la Señora.
Y.
ahora que nos hemos sustraído para este acto desde la consternación
producida por los aviones suicidas, te pedinos, Madre, por todas las
víctimas de los Estados Unidos de América. Y se lo pedimos a esta Virgen
que cruzó el charco en la memoria de sus hijos, a esta Virgen,
enciclopedia viva, que sufrió los fanatismos de toda índole, a esta
Virgen que durante
la dominación islámica hubo de estar sepultada. Después, cuando Alfonso
VI y don Bernardo reconquistaron estas tierras, se le dio la
oportunidad a un labriego para que, en 1184, con la punta de su harado
sacara de su escondrijo, dentro de una hornacina, a esta Virgen de luces recobradas, a la que pedimos erradique de nuestra cultura los fanatismos de toda laya.
Hemos recibido, alcalaínos, el legado de ser los guardianes de esta Virgen. Nosotros pasamos, la Virgen
queda. Y durante ese ínterim existencial nos corresponde conservarla,
quererla y mimarla. Por eso, nunca, alcalaínos, nunca, ni en los tiempos
de la ira, hemos de volver a arrojar al riío de la incuria y de la
ignominia a esta Virgen que sintetiza la historia de Alcalá, porque con
ella sepultaremos nuestras señas de identidad.
Como pregonero que soy, alcalaínos, yo os anuncio a la Virgen del Val, la Madre de madres, la Madre de las madres de la Edad Media, la Madre de las madres de América, la Madre de las madres de la Guerra de la Independencia, las de la noche negra, la Madre
de las madres anónimas de las aceras de Alcalá, las de la mirada de
ansiedad, las de la pena honda. Yo os anuncio, alcalaínos, a esta Virgen
que es Patrona de Alcalá, Alcaldesa perpetua de la ciudad, Doctora de la Universidad y capitana de la tropa alcalaína, títulos cantan.
Y termino: “Buscamos, Virgen pura, tus brazos maternales, pues eres nuestra Madre, la Madre de Alcalá”.
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