El ‘Tantum ergo’ y el grito mudo
Era
el domingo por la mañana y su sol radiante te reclamaba. Luis y Luisa
se prepararon para dar un paseo por la ciudad. Luisa dejó listo el
sofrito de la paella. Luisito, como de costumbre, siempre a traspiés, se
quedaba durmiendo la mañana por haber vivido la noche.
Al
pasar por el callejón de las Santas Formas, dos curitas y unos chavales
fregaban el suelo con lejía, preparando el paso de Dios en el viril de
las veinticuatro formas. Más allá, donde el callejón se ensancha, entre
si es calle o es plaza, el paisaje de Dios se agravaba ante la nefanda
huella del botellón.
Una
nueva y bella puerta con rampa aparece en el callejón con los relieves
de Justo y Pastor en cada una de sus hojas. Al final del bulto ladrillar
de Jesuitas, hoy Santa María, una fea tapia impide el abrazo al querido
templo. Ese espacio que lo impide es universitario. La universidad de
Alcalá es la niña bonita de la ciudad a la que en su día se le dio el mejor ajuar, pero ella no da una china. Allí mismo, en la plaza de San Lucas, el adoquinado, que baila de fiebres, se estrella contra una alameda para aparcamiento de vicerrectores.
La
mañana está adentrada y Alcalá está vacía. Los tilos de la plaza de San
Diego, como una línea de soldados dormidos, apoyan sus cabezotas para
no caerse, mientras borbotan los surtidores, que, a sus pies, duermen
sus fragantes sueños. Son quiméricos soldados, apostados ante el cuartel
del Príncipe, que es un rostro lleno de ojos vacíos, a través de los
cuales se adivina un cuerpo huero, víctima de una vesánica y prolongada
operación quirúrgica.
Es
ese un espacio de vaciados históricos. Vino a mediados del siglo XV el
Arzobispo Carrillo y vació la parroquia de Santa María la Mayor
que allí estaba, para construir el convento de San Francisco, donde se
albergaron los Estudios Generales de Sancho IV, precedente de la Universidad. Vino
en el siglo XIX la desamortización y O’Donnell lo vació, bajo el llanto
de este pueblo, para hacerlo cuartel, el cual albergó a los históricos
regimientos de caballería como Villaviciosa y Húsares de Pavía, que
alternaron sus cantones bianuales con el cuartel de Conde Duque de
Madrid. Y vino en el siglo XXI Bono y le traspasó su hípica a su amigo
Virgilio Zapatero. Fueron, pues, Carrillo, O’Domnell y Zapatero los
sucesivos vaciadores de este espacio. Los dos primeros fueron también
constructores, pero el último sólo fue vaciador, por ser rector que
reptó al rato.
Toda
la ciudad está también vaciada un domingo por la mañana. Están cerrados
los comercios de la crisis y están cerrados los cafés que están
abiertos, quizás como consecuencia de la resaca del sábado, la cual
llega hasta la cafetería del Parador, también cerrada. Pero su camino
les ha permitido gozar de esos dos reposteros cervantinos que penden de
sendos balcones de la casa municipal, junto al callejón de Santa María,
con textos de Mutis y Vargas Llosa.
Los
plátanos de la plaza de Cervantes se echan los brazos unos a otros
formando bóveda en este domingo donde en los templos se lee el evangelio
del mandamiento nuevo. Han brotado fuertes los brotes de la poda. La
poda es la ‘austeridad’ de Mariano Rajoy y de la Merkel, y es también el ‘crecimiento’ de François Hollande y de los sociatas españoles que se han apuntado al invento. La Merkel y Hollande, Rajoy y la Valenciano,
todos ellos están colgados al alimón de los plátanos de la plaza de
Cervantes. Porque allí esta la austeridad de la poda y el estallido del
crecimiento. Todo está allí, pero por su orden. Que una cosa no quita la
otra.
Luisa
y Luis se separaron en un momento de la mañana, tras sus personales
preferencias, y se reencontraron en casa, ante la paella, a la que,
puntualmente, se sumó Luisito.
–Yo
he visto esta mañana una exposición la ‘mar’ de interesante –dijo
Luisa– en el Museo Arqueológico. Se trata de la forma de vida de los
madrileños más antiguos que se conocen. Son los carpetanos de Santorcaz
de hace 2.300 años.
–A
mí no me interesan tus carpetanos, mamá –sentenció Luisito–. A mí lo
que me interesa es cuál será mi forma de vida y la de mis hijos. Por eso
estuve anoche en la Puerta
del Sol. Las leyes se hacen siempre a favor de los mercados, de los
bancos y del capital que quiere asfixiarnos. Los jóvenes vamos a tumbar
este sistema en el mundo.
–Oye –preguntó el padre– ¿Qué decíais en vuestro grito mudo? No se os entendía.
–Qué más da –dijo el niño con desgana.
–Pues
yo he asistido en Santa María a una bella homilía del señor Obispo, en
cuyo acto se conmemoraba las Santas Formas Incorruptas, hoy
desaparecidas, la que fue gran fiesta alcalaína, a la que vinieron
reyes, cardenales y peregrinos. Ha sido un bello acto eucarístico, al
que a diario le seguirá la Adoración Permanente y donde he cantado el ‘Tantum ergo’, qje tiempo hacía…
–Tú, papá, no entiendes mi ‘grito mudo’, pero menos entiendes tu propio ‘Tantum ergo’. Que lo sepas –remachó agriamente el niño.
–Está claro que tengo un ‘indignado’ en casa –dijo el padre, en tanto Luisa seguía sin recibir la aprobación de la paella.
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 19.5.2012
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