Cuando Cervantes se muere de ganas de decirlo
Es el otoño de 1584 cuando Cervantes se sienta a escribir la dedicatoria de La Galatea. Es costumbre de la época hacerla a un prócer o mecenas. Cervantes ya lo tiene elegido. Le hubiera gustado dedicarle su primera obra a Mateo Vazquez, pero el archisecretario de Felipe II le tiene ya harto. Su amigo poeta Montalvo le ha aconsejado un noble italiano que ha conocido en una tertulia literaria en su propio pueblo, Ascanio Colonna. En 1578 se licenció aquí en Artes y después estudió Teología en Salamanca. Ha vuelto a Alcalá. Está escribiendo Oratio in Phillippum II (Alcalá, 1585) Y el propio monarca parará en Alcalá ese mismo año, camino de cacerías, para escuchar su disertación. Al año siguiente, Ascanio sería nombrado Cardenal y mas tarde virrey de Aragón. Ahora, cuando Cervantes se mesa la barba buscando ideas, ostenta el título de Abad de Santa Sofía. Es hijo de Marco Antonio Colonna, duque de Pagliano, quien comandó una de las tres escuadras de la Liga en Lepanto. Es urgente el encargo. Esta dedicatoria es lo último que se escribe de la obra y lo primero que aparece.
Miguel
ya ha cumplido los 37 años, ahora que se arrebuja pensativo frente al
papel blanco. Tiene esperando al impresor Juan Gracián en la calle de
Libreros. De Alcalá, claro. Van a ser cuatro palabras. Está buscando un
orden de las ideas, una estructura. Busca los puntos comunes con este
personaje para así halagarlo y atraerlo. El más mínimo motivo valdrá;
después, él, que tiene pluma de altos vuelos, sabrá hincharlo y
aderezarlo. Al fin decide. Son tres los puntos comunes: Alcalá, su
patria chica, en cuya Universidad le encuentra en el curso 1584-85; la
memoria de su padre en Lepanto, "aquel sol de la milicia"; y el cardenal
Acquaviva, de quien Cervantes fue camarero en Roma y de quien oye
elogiar sus virtudes, la profecía, dice, de sus altos designios y las
bondades de su antigua estirpe.
Son,
pues, tres los puntos que debe desarrollar en un pequeño espacio:
Alcalá, Lepanto y Acquaviva. Ya lo tiene mentalmente articulado. Alcalá
es el mejor argumento para superar "el miedo" y justificar "mi
atrevimiento" al dirigirse a tan alta per-
Firma de Ascanio Colonna.
Alcalá de Henares, 4 de Febrero de 1585
sana. Así podría decir:
"Con
gran sorpresa y alegría hallé a vuestra señoría Ilustrísima dentro de
los muros de mi patria chica, ilustrando su gloriosa universidad, al
igual que lo hiciera en la de Salamanca. Le hallé con regocijo
recorriendo las riberas de mi querido Henares, que llevo prendido en
este libro, en compañía de mis amigos poetas Francisco de Figueroa y
Galvez de Montalvo, secretario vuestro, por quien fui presentado a
vuestra Señoría, habiendo de consentir, por de donde viene y a donde va,
el anunciado rapto de nuestro amigo poeta a las dulces tierras romanas.
Quiso la providencia que al residir V. S. en mi patria chica tuviera a
tiro, ha dos meses, los funerales de su augusto padre, virrey de
Sicilia, llamado por Felipe II a la Corte
y muerto en Medinaceli. Vuestra identidad con esta mi Alcalá y estos
mis amigos ha hecho que perdiera el miedo al escribiros ... "
Pero
Cervantes no acaba de lanzarse al papel blanco. Algo pasa. ¿Dónde el
escritor de raza, hoy tan reflexivo? Con su puño cerrado sujeta ahora la
barbilla. Le llega la larga sombra de su abuelo Juan, leguleyo y
pendenciero, quien retara a la poderosa casa de los Mendoza de
Guadalajara con su famoso pleito de los ochocientos mil maravedís, que
ganó, y, desde cuyas alturas y en azarosas derivaciones, podría recaer
todo un magma ardiente sobre los Cervantes de Alcalá, ya escarmentados.
Cervantes,
que tenía aquella tarde el nombre de Alcalá en la punta de la lengua,
que se moría de las ganas de decirlo, pensó que ahora que se abría a la
vida de la fama, nadie habría de relacionarle con los Cervantes de
Alcalá. Y se prometió a sí mismo ante el papel blanco llevar siempre el
dolor de no pronunciar su nombre. Se prometió a sí mismo que cuando la
pluma se topara con el Alcalá de su alma, remontaría el vuelo. Y se
puso a escribir por fin: " ... Vuestra Señoría no sólo vino a España a
ilustrar las mejores universidades della, sino también para ser norte
... " Y si a Alcalá no podía nombrarla, tampoco a Salamanca.
Eran tres puntos, tres. Lepanto y Acquaviva resultaron convenientemente henchidos. Pero con Alcalá no podía, no podía ...
José César Álvarez
Puerta de Madrid, 24.4.2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario